Los escritores, las escritoras, suelen tener breve la vida. A los sesenta años, si han acumulado algún reconocimiento (y si han hecho la tarea) entran a la infancia. Cuando llegan a los veinte (es decir, los ochenta en los términos humanos) suelen haber muerto, y, si tienen suerte, ser objetos de culto.
Recuerdo que en los años 1980s, por ejemplo, Rulfo y Borges y Onetti eran celebridades en su luminosa y en apariencia interminable adolescencia. Entrevistados aquí o allá, sobre todo Borges. Pero diez años después eran vertiginosos sujetos de culto, de la memoria y tal vez del canon. Es cierto que Borges era mayorcito que los otros. Pero convivía, es un decir, entre otros octogenarios más o menos legendarios: José Coronel Urtecho, Luis Cardoza y Aragón, Dulce María Loynaz.
Si tomamos como referencia el año infausto de 1986 (año que muere Rulfo, en enero; que muere Borges, en junio), los del boom (los Vargas Llosa y Cía.) serían por entonces lo que los norteamericanos llaman toddlers, término que alude, según la sabia Wikipedia, a un “caminar inestable” propio de los niños de uno o dos años. Por entonces, en infancia sabia, a José Donoso le dio tiempo de separarse del boom, regresar a Santiago de Chile y fundar un taller literario (actividad que todo escritor debe emprender como muestra de plenitud). Alguien un poco más travieso, como García Márquez, decidió fundar una Escuela de Cine…
Algunos, los enfermos, los suicidas, deciden adelantar sus edades. Suerte de lanzamiento de dados a la eternidad. Pizarnik es coetánea de Vargas Llosa y muestra hoy mucha más vitalidad literaria y corporal que el peruano.
Cuando uno aprende a mirar por décadas (y comprende con eso que está viejo) se da cuenta que el mundo literario es como una vitrina. Los que están ahí, los octogenarios de esta época, son ya un rastro luminoso. Se ve también en la vitrina la algarabía de los que llegan, el ruido y el alboroto de las nuevas infancias. El tiempo pasado y el tiempo presente tal vez están en el tiempo futuro, decía aquel otro gran poeta que murió septuagenario aún, es decir, adolescente, en el año de 1965 (cuando el hoy septuagenario Mick Jagger cantaba su insatisfacción…). El tiempo pasado, sí quizá está en el tiempo futuro, aunque todo lo demás sea olvido.