El amor por los animales suele ser una tónica habitual de los seres humanos.
¡Y qué bien, verdad?
Esos amigos de otras especies, que nos aportan tanto a cambio de un poco de dedicación y cuidados.
Como en todos los aspectos de la vida, las personas necesitamos complementos. Complementos para nuestra estética personal, complementos para nuestro hogar y complementos para nuestras experiencias diarias. Con nosotros mismos no nos basta para conseguir un entorno agradable y feliz.
En este caso hablamos de las mascotas.
Las personas que tienen o han tenido mascotas durante algún momento de su vida comparten una conclusión: “estos animales forman parte de la familia como un miembro más”.
Sinceramente es un puesto que se ganan.
Aportan tanto, a cambio de un poco de atención y un plato de comida, que es normal que se les idolatre.
A lo largo de mi existencia he podido disfrutar de unos cuantos amigos-mascotas.
Entre mis preferidos un ánade real que estuvo compartiendo 6 años conmigo. Se llamaba Patuso y era precioso, adorable, gracioso y también muy vanidoso. Me acordaré toda la vida de como paseaba con esa elegancia de pato a ritmo de cua, cua, cua… y como estiraba sus bonitas alas después de darse un buen baño en la bañera de mi casa. Era travieso y cuando entraba el cartero o la señora que traía la leche recién ordeñada a casa, les recibía picoteando sus zapatos…
¡Jajajjajaja!
Resultaba extraño para todos que la mascota de la casa fuese un pato silvestre, y no un perro o gato como es lo habitual.
Ahora tengo otra mascota que se está ganando su sitio en mi corazoncito.
¡Ni gato ni perro!
En esta ocasión también me distancio de lo tradicional y el rey de la casa es un erizo africano que llegó hace poco más de un mes. Elegí para él un nombre dulce y delicioso: ‘Tiramisú’.
¿A qué es bonito su nombre?
La verdad es que he tenido que ganarme su respeto, cariño o como se llame la forma de empatizar que tenga un erizo. Una par de semanas hasta que se ha acostumbrado a mi olor (y no es que yo no me duche a diario y huela mal, eh?). Ahora ya se siente seguro entre mis manos. Bueno… se siente tan seguro que como le entren las ganas me regala una caquita.
¡Qué guarrete!
Sinceramente es una mascota que se adapta muy bien a mi vida, ya que Tiramisú duerme durante tooooodo el día. No menos de doce horas permanece en su casita de madera arropadito con su gorrito de forro polar, durmiendo como una verdadera marmota hasta que a eso de las diez y media de la noche le despierto para jugar un poco, echarle de comer, llenar de agua su bebedero y dejarle vía libre para que le recorra kilómetro y medio (es un cálculo aproximado, jejeje) en su rueda.
Es muy salao pero si se siente amenazado o se enfada…
¡Cuidadín!
Ese ser pequeñito y adorable se hace bola, empieza a gruñir y pone sus púas bien estiraditas para que te pinches y le sueltes en segundo y medio.
¡Menudo genio tiene Tiramisú!
Pero bueno, aunque tenga algún rato con malas pulgas, no deja de ser muy positivo todo lo que me aporta. Cuando llega la hora de sacarlo de su casita me pongo contenta.
Esa es parte de la gran labor que hacen las mascotas, llenar de alegría sus hogares.
En estas casitas en las que reinan gatos, peces, canarios, hurones, papagayos, hámsters, conejos, cobayas, perros, erizos, etc, etc,.. la alegría se mueve sobre cuatro patas o revolotea por el aire y se contagia a los demás habitantes de la casa.
Los humanos (en su gran mayoría) tenemos una necesidad innata de dar amor, y por supuesto la base de nuestra felicidad reside en recibirlo. Con los animales es muy fácil sentir reciprocidad puesto que ellos son muy generosos y suelen agradecer en demasía el cariño que les entregamos.
Cuantas veces una persona llega a su casa desanimada, triste, cansada o con la autoestima magullada, y su mascota “cual psicólogo eficaz” revierte esas sensaciones y las convierte en risas y sonrisas.
¡Esto es genial!
Unos minutos prestando atención a nuestro pequeño/gran amigo y las penas se disuelven en el aire.
En fin…
¡Qué suerte, verdad?