Los antiguos egipcios eran para los dioses y para los muertos mucho más exigentes que para ellos mismos.
Cuando emprendían un nuevo "castillo de millones de años", cuando construían al oeste de Tebas sus "moradas de eternidad", iban a buscar muy lejos y a costa de grandes gastos las piedras, los metales, las maderas de calidad. Nada era demasiado hermoso ni demasiado sólido. Pero ellos vivían en casas de adobes, donde la pintura imitaba las piedras y los metales. Los templos y las tumbas han durado, pues, más que las ciudades, tanto que nuestras colecciones contienen más sarcófagos y estelas, más estatuas reales o divinas que objetos fabricados para las necesidades de los vivos, más rituales y libros de los muertos que memorias y novelas.
¿Es posible, en esas condiciones, tratar de describir la vida cotidiana de los sujetos del Faraón y no nos veríamos reducidos a las observaciones superficiales, a los juicios pueriles de los viajeros griegos y romanos? Los modernos tienen la tendencia de creer que los egipcios nacían envueltos en vendas. Gastón Maspero pudo escribir, cuando tradujo los primeros cantos de amor, que no nos representamos fácilmente a un egipcio de antaño enamorado y de rodillas delante de su amada. En realidad, porque era agradable vivir a orillas del Nilo, los egipcios desbordaban de agradecimiento hacia los dioses, señores de todas las cosas. Y por la misma razón buscaron la manera de gozar hasta en la tumba de los bienes de este mundo. Creyeron conseguirlo cubriendo las paredes de la tumba con bajo relieves y pinturas que representan al personaje acostado en el sarcófago viviendo en su dominio con su mujer y sus hijos, sus allegados, sus sirvientes, una legión de artesanos y campesinos.
Lo recorre ya sea a pie, o en litera, o en barca. Puede contentarse con gozar del espectáculo, cómodamente instalado en una butaca, cuando todo se agita ante sus ojos. Puede también tomar parte en la acción, embarcarse en una canoa, lanzar el búmeran a los pájaros que anidan en las umbelas de los papiros, arponar peces casi tan grandes como un hombre, acechar a los patos silvestres y dar la señal a los cazadores, perseguir con sus flechas a los orix y a las gacelas. Todos sus íntimos se empeñan en asistir a su aseo. El manicuro se apodera de las manos, el pedicuro de los pies, un intendente le presenta un informe, y unos guardianes, de puños algo rudos, empujan hacia él a unos lacayos infieles. Músicos y bailarinas se aprestan a encantarle los ojos y los oídos. Durante las horas cálidas del día, se entretiene gustoso con su mujer en unos juegos que recuerdan los nuestros de ajedrez y de la oca.
Introducción del libro La vida cotidiana en Egipto en tiempos de los Ramsés.
Este gran libro fue escrito por Pierre Montet, afamado egiptólogo francés. Montet trabajó en diversas excavaciones en Biblos, Líbano y Tanis,, en el Delta del Nilo. Encontró la necrópolis real de las Dinastías XXI y la XXII, igualando estos hallazgos en importancia a los de la tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes por Carter.
Pierre también escribió varios libros sobre egiptología, donde dejó el legado de sus investigaciones. Entre ellos se encuentra este libro, "La vida cotidiana en Egipto en tiempos de los Ramsés", que fue publicado en 1946, donde muestra al público instantáneas de la vida en los momentos de mayor esplendor del Antiguo Egipto, enseñándonos una sociedad jerarquica y fascinante, donde la superstición y la magia están presentes en cada rincón.
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La vida cotidiana en Egipto
Publicado el 13 diciembre 2012 por Que_historiaTambién podría interesarte :