La muerte de un burócrata
Por: Alejandro Ulloa (Esquinas)
Yo conozco a un burócrata, y este a su vez conoce a otros, y estos otros a muchos más. Cada uno llama al otro, a sus espaldas ¡burócrata!, y echa “flores” por la boca sobre el tema. Sin embargo, ninguno se reconoce o se llama a sí mismo como tal. No saben, siquiera, que lo son, y descansan en sus asientos reclinables fiscalizando milimétricamente que la vida se parezca más a los papeles y nunca, bajo ningún concepto, al revés.
Mi burócrata –porque de tanto lidiar con él se ha creado una extraña relación de pertenencia–, pasa su vida…, perdón, basa su vida en un legajo de papeles exquisitamente organizado, donde tiene desde el último consumo de electricidad del centro hasta los planes de trabajo de hace más de un año. Sabe su labor de memoria, o al menos, lo que dicen los papeles que debe ser su labor, y siempre que algo se le imputa, esgrime “su biblia” de indicaciones y lee, para que todos lo oigan, que él no se ha salido de las reglas.
Cuando la creatividad surge en sus subordinados, lo mejor que sabe…, que debe hacer, es consultar; así, imagino yo, las culpas tocan a menos, y los éxitos siempre habrán surgidos de su disposición a “permitir”.
Un día se me ocurrió sugerirle, a riesgo suicida de cocer en mis propias venas la impotencia y la resignación, que consintiera en permitir algo que no estaba estipulado, pero que, se mirara por donde se mirara, me beneficiaba a mí, a él y al colectivo. Aun recuerdo su respuesta exacta: “¡¿que tú me estás pidiendo que vaya contra las regulaciones?!, pero claro que no puede ser, no, eso no se puede, y si alguien viene un día y…” Ahí dejé de escucharlo, aunque permanecí frente a él con una leve sonrisa entre sardónica y confirmatoria de mi suicidio y su sempiterna incapacidad.
Este burócrata, imagino que como todos los burócratas, cuida mejor su puesto que a su mujer, y por ello emplea más tiempo en “velar” a los trabajadores que en…, que en otras cosas más agradables, y de seguro, más beneficiosas contra el mal humor. Mi burócrata suele pasar mucho tiempo en internet, conversando por teléfono y paseándose por las áreas de trabajo, “velando”…
Suele ser, como casi todos los burócratas, puntual y obediente a sus superiores, y por nada de esta vida, se le ocurriría discutir una indicación “de arriba”, y menos aplicarla “a su modo”…, porque él carece de “su modo”. Aunque, sirva aclarar, las únicas leyes que se aplican “a su modo” son las que lo benefician a él y solo a él: cosa rara un burócrata, ¿no creen?
Y a veces a mí me da pena con él. Sobre todo cuando le veo llamando a sus semejantes: “cantidá de burócratas, por eso no avanzamos…” y tantas sandeces más: sandeces porque salen de “su” boca.
Y lo peor, lo peor de todo es que a este burócrata no le gusta lo que hace, y tampoco sabe de lo que hace, “lo pusieron” ahí, porque era “confiable”, porque era “una tarea”, y tuvo que asumir, no le quedaba opción. Ahora, eso sí, para cualquier caso de movimiento institucional, ejercicio de labor arriesgada o creación –en la más alta de sus acepciones– cuida de tener tantas autorizaciones y papeles sean necesarios, porque su vida, desgraciadamente, existe en un montón de tristes y oficiales papeles.
La vida de un burócrata, más allá de lastimosas y tímidas o arriesgadas vetas de ilegalidad, tiene por sino acatar órdenes sin preguntar ni cuestionar, “hacer cumplir” lo que otros piensan o estipulan, “velar”, consultar, vivir en papeles, solo en papeles.
PD: Pero yo, que no soy un burócrata, y aunque me conmueva el “pobrecito” que muchos le achacan con lástima, no tengo, me rehúso a tener que vivir, sufrir bajo las órdenes de un burócrata. Por eso, pobrecito o no, lo único justo que veo necesario es su democión, que haga otra cosa, pero no aquí, no sobre mí.
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