Gracias, Juan de Dios, por permitirme publicar tu artículo.
Un político, que ha vivido una gran experiencia, me decía que en mis artículos veía ideas bastante interesantes, pero que era muy difícil ponerlas hoy en práctica. “Los aparatos de los partidos políticos no siempre están por la labor de salir de la situación actual de pesimismo”. También un economista me comentaba que no se encuentran mecanismos para despertar ilusión. ¿Cómo salir de esta apatía y pesimismo? Esta es una pregunta que se hace mucha gente y pocos saben enfilar cauces de soluciones a los problemas que más preocupan a los ciudadanos. La verdad es que estamos inmersos en cierta indolencia política y social que es precisamente todo lo contrario a la libertad de llamar las cosas por su nombre. Bajo el anonimato hay quiénes atacan cualquier idea que no concuerde con su pasividad.
En política, muchas veces, las grandes apuestas del ser humano, como la concepción de la vida, la familia, el trabajo, la precariedad social, no suelen ser objeto de una reflexión a fondo, sino que son engullidos por una neutralidad apática en la que todas las opiniones adquieren el mismo valor. Y ello se debe a que estamos viviendo un sistema de pensamiento que no da prioridad al conocimiento, sino que confunde fortaleza y verdad con “consenso de masas”. Pero la suma de opiniones no siempre engendra certeza y verdad. Hace falta reclamar racionalidad y no sólo consenso, verdad objetiva y no sólo opiniones. Para resolver los problemas de las instituciones y de las personas hay que acudir a la verdad como norma social y moral.
La verdad es fuente de convivencia, cuando las personas no se apoderan ni la domestican, sino que la buscan no como arma contra el otro, sino como sendero hacia la fuente y futuro común. Pero, cuando esa verdad se cree tener en exclusividad y no es buscada con humildad, reina un pluralismo salvaje y un viciado consenso político y social, cortado a la medida de los que tienen el poder en sus múltiples formas. Quiénes mandan, entonces, son los intereses dominantes y el egoísmo de grupos o individuos que buscan preferentemente su enriquecimiento personal y familiar. Pero hay que recordar que las disfunciones no se deben al sistema político, sino al comportamiento desleal de ciertas personas.
Echar la culpa de los males a la democracia no es correcto. La democracia es un marco apto y válido para una sociedad creadora, pero hay que llenarla de contenidos de participación real. La democracia es necesaria, pero no suficiente para una vida humana sensata, solidaria y participativa. Por comportamientos erróneos, también en democracia puede darse la dictadura de los votos y los “consensos interesados”. Existen depredadores de consenso, de democracia y de verdad que, mirando sólo sus propios intereses, están despojando a los demás ciudadanos del derecho que les asiste de participar en las decisiones que, de alguna manera, les afectan y preocupan.
Por las necesidades que están sufriendo muchas personas y familias, hoy la verdad real y la solidaridad comunitaria son las dos instancias normativas de las personas y los dos desafíos supremos de la sociedad actual. De la respuesta adecuada a ellos depende nuestro futuro democrático, el porvenir moral y la misma dignidad del ser humano. Salir de la pasividad, del miedo y de la apatía pueden ser los primeros escalones que haya que subir para encontrarnos con nosotros mismos y que nos ayuden a tomar conciencia de que “la verdad hace libres” y por ello hay que “vivir la vida en la verdad y la verdad en la vida.”
Juan de Dios Regordán Domínguez Filósofo, teólologo, profesor y pedagogo.