En política, muchas veces, las grandes apuestas del ser humano, como la concepción de la vida, la familia, el trabajo, la precariedad social, no suelen ser objeto de una reflexión a fondo, sino que son engullidos por una neutralidad apática en la que todas las opiniones adquieren el mismo valor. Y ello se debe a que estamos viviendo un sistema de pensamiento que no da prioridad al conocimiento, sino que confunde fortaleza y verdad con “consenso de masas”. Pero la suma de opiniones no siempre engendra certeza y verdad. Hace falta reclamar racionalidad y no sólo consenso, verdad objetiva y no sólo opiniones. Para resolver los problemas de las instituciones y de las personas hay que acudir a la verdad como norma social y moral.
La verdad es fuente de convivencia, cuando las personas no se apoderan ni la domestican, sino que la buscan no como arma contra el otro, sino como sendero hacia la fuente y futuro común. Pero, cuando esa verdad se cree tener en exclusividad y no es buscada con humildad, reina un pluralismo salvaje y un viciado consenso político y social, cortado a la medida de los que tienen el poder en sus múltiples formas. Quiénes mandan, entonces, son los intereses dominantes y el egoísmo de grupos o individuos que buscan preferentemente su enriquecimiento personal y familiar. Pero hay que recordar que las disfunciones no se deben al sistema político, sino al comportamiento desleal de ciertas personas.
Echar la culpa de los males a la democracia no es correcto. La democracia es un marco apto y válido para una sociedad creadora, pero hay que llenarla de contenidos de participación real. La democracia es necesaria, pero no suficiente para una vida humana sensata, solidaria y participativa. Por comportamientos erróneos, también en democracia puede darse la dictadura de los votos y los “consensos interesados”. Existen depredadores de consenso, de democracia y de verdad que, mirando sólo sus propios intereses, están despojando a los demás ciudadanos del derecho que les asiste de participar en las decisiones que, de alguna manera, les afectan y preocupan.
Por las necesidades que están sufriendo muchas personas y familias, hoy la verdad real y la solidaridad comunitaria son las dos instancias normativas de las personas y los dos desafíos supremos de la sociedad actual. De la respuesta adecuada a ellos depende nuestro futuro democrático, el porvenir moral y la misma dignidad del ser humano. Salir de la pasividad, del miedo y de la apatía pueden ser los primeros escalones que haya que subir para encontrarnos con nosotros mismos y que nos ayuden a tomar conciencia de que “la verdad hace libres” y por ello hay que “vivir la vida en la verdad y la verdad en la vida.”
Juan de Dios Regordán Domínguez Filósofo, teólologo, profesor y pedagogo.