Cuando tuve a mi hija, llevaba suficientes años en Glasgow como para tener una buena red de amistades. Algunas eran madres o padres, otras no. La situación con esos amigos no han cambiado mucho, así que no voy a hablar de ellos.
Mi barrio (South Side) tiene una infraestructura envidiable para acomodar familias. No me refiero sólo a casas amplias o precios más bajos, también a las pequeñas cosas.
Nada más nacer la niña, la asistente sanitaria que venía a casa a hacer las revisiones periódicas nos puso en la cola para un curso post-parto y otro de masaje par bebés. Como dijo ella "Mucho no vas a aprender. Lo importante es que conozcas a otra gente en tus circunstancias". En el curso de masaje me encontré con una chica que conocía de vista en el trabajo, en el curso de post-parto a siete que vivían a tiro de piedra de mi casa. Todas con hijos de la misma edad (semana arriba, semana abajo). El invierno llegó. No quiero ni imaginarme cómo hubiese sido sin la ayuda de aquellas familias. Por las mañanas las madres quedábamos en la cafetería del Tramway con los bebés. Una vez al mes, los padres se quedaban con los pequeños mientras nosotras íbamos de cena a algún restaurante local. Poco a poco, me fui distanciando de unas y acercando más a otras.
Una amiga escocesa me comentó que había oído a una alemana que existía un club de familias hispanas en Glasgow.
Mi comienzo en el grupo fue algo accidentado. Tirando de la madeja de Google, encontré la web de Soletes, que decía que había reuniones los Lunes en una iglesia del South Side. Cuando llegué, el sitio estaba cerrado a cal y canto y nadie contestaba al teléfono. Al lado de la capilla en cuestión había otra, de la Iglesia Evangélica. En un momento insomne, pensé que ellos podían saber algo. Fueron muy socráticos. Su respuesta fue algo así como "Sólo sé que no sé nada, excepto que mi dios es mejor que el de la iglesia de al lado y por lo tanto lo que tenéis que hacer es olvidaros de las reuniones semanales bajo el techo de esos herejes y venir a nuestras sesiones diarias. Tenemos galletitas". Al llegar a casa descubrí que la página estaba anticuada y la reunión era donde es ahora, en el Scouts Hall del West End.
De la historia anterior hace año y medio. Hoy, aunque por problemas logísticos no somos visitantes regulares de Soletes, mi hija y yo ya estamos acostumbradas a disfrutar de la "familia política" en que se ha convertido este grupo de familias hispanas. Allí hemos conocido a gente que habla nuestro idioma en más sentidos que el linguístico.
En resumen. Para mí, ser madre expatriada en Glasgow no ha sido una experiencia de aislamiento, sino lo contrario. Me ha descubierto a mis vecinos, ha resucitado el interés en mi cultura materna y, en resumen, nos ha abierto a un mundo que, aunque muy cercano, yo tenía ignorado.