Revista Literatura

La vida te da sorpresas

Publicado el 27 septiembre 2012 por Raulaq
LA VIDA TE DA SORPRESAS Ford Mustang (!967) Estoy cansado. El frio contrae mis músculos; el viento sopla del norte; gélido. Bajo el ala de mi sombrero “Fedora” para cortar el aire que me araña la cara como si mil agujas intentasen introducirse entre mis pómulos. La oscuridad de la noche me abriga de las indeseables miradas de la gente que se asoma por las ventanas para ver correr las hojas caídas de los arboles sobre el asfalto de la carretera. Meto mis manos desnudas  en los bolsillos de mi gabán y recuerdo aquella canción de “Rubén Blades”. No llevo puñal, si no, una Smith & Weeson  de 9 milímetros. Notar su tacto me hace sentir más seguro. Una ráfaga de luz desde el fondo de un callejón llama mi atención y me dirijo hacia él. Un viejo Mustang del 67 se encuentra allí aparcado; dentro de él, un hombre gordo con la cara roja me sonríe. Su sonrisa es abierta, pero puedo notar que está nervioso (hay dos clases de personas de las que no me fio, los mormones y las personas que sudan en pleno invierno, y este tipo suda como Dios en el mismo infierno). Me apoyo sobre el techo y el hombre baja la ventanilla. Hay un maletín de cuero en el asiento del copiloto, coloca su rechoncha mano encima de él, vuelve a sonreír y me entrega un  papel. Es una nota con un nombre y una dirección.    Doblo el papel y lo guardo en el bolsillo, al meter la mano rozo la pistola; el acero esta frío. Me despego del coche y el tipo gordo sube la ventanilla. Estoy cansado, pero necesito el dinero. Quizás el encargo de esta noche sea un padre de familia, un trabajador honrado que se metió en un pequeño lio, incluso puede que sea una buena persona. Estoy cansado; me paro delante del coche. El conductor enciende las luces y me mira con asombro. Siento el helado revolver quemándome la palma de la mano, lo saco despacio y apunto. Puedo ver como las gotas de sudor resbalan por su frente; el color de su tez ahora es de color blanco muerto. El fogonazo del disparo alumbra el callejón, el Mustang es blanco con las rayas blancas. La bala traspasa el cristal y se incrusta en el centro de su frente, dos franjas de sangre se deslizan por su cara hasta la barbilla. Estoy cansado. Cansado de limpiar la basura que acumulan otros, mientras ellos continúan con las manos limpias. Abro la puerta del copiloto y recojo el maletín. Hace frío y el viento corta como el puñal de “Pedro Navaja”.      

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