Ford Mustang (!967)
Estoy
cansado. El frio contrae mis músculos; el viento sopla del norte; gélido. Bajo
el ala de mi sombrero “Fedora” para cortar el aire que me araña la cara como si
mil agujas intentasen introducirse entre mis pómulos.
La oscuridad
de la noche me abriga de las indeseables miradas de la gente que se asoma por
las ventanas para ver correr las hojas caídas de los arboles sobre el asfalto
de la carretera.
Meto mis
manos desnudas en los bolsillos de mi
gabán y recuerdo aquella canción de “Rubén Blades”.
No llevo
puñal, si no, una Smith & Weeson de
9 milímetros. Notar su tacto me hace sentir más seguro.
Una ráfaga
de luz desde el fondo de un callejón llama mi atención y me dirijo hacia él.
Un viejo
Mustang del 67 se encuentra allí aparcado; dentro de él, un hombre gordo con la
cara roja me sonríe. Su sonrisa es abierta, pero puedo notar que está nervioso
(hay dos clases de personas de las que no me fio, los mormones y las personas
que sudan en pleno invierno, y este tipo suda como Dios en el mismo infierno).
Me apoyo sobre el techo y el hombre baja la ventanilla.
Hay un
maletín de cuero en el asiento del copiloto, coloca su rechoncha mano encima de
él, vuelve a sonreír y me entrega un
papel. Es una nota con un nombre y una dirección.
Doblo el
papel y lo guardo en el bolsillo, al meter la mano rozo la pistola; el acero
esta frío. Me despego del coche y el tipo gordo sube la ventanilla.
Estoy
cansado, pero necesito el dinero. Quizás el encargo de esta noche sea un padre
de familia, un trabajador honrado que se metió en un pequeño lio, incluso puede
que sea una buena persona.
Estoy
cansado; me paro delante del coche. El conductor enciende las luces y me mira
con asombro. Siento el helado revolver quemándome la palma de la mano, lo saco
despacio y apunto. Puedo ver como las gotas de sudor resbalan por su frente; el
color de su tez ahora es de color blanco muerto.
El fogonazo
del disparo alumbra el callejón, el Mustang es blanco con las rayas blancas. La
bala traspasa el cristal y se incrusta en el centro de su frente, dos franjas
de sangre se deslizan por su cara hasta la barbilla.
Estoy
cansado. Cansado de limpiar la basura que acumulan otros, mientras ellos
continúan con las manos limpias. Abro la puerta del copiloto y recojo el maletín.
Hace frío y
el viento corta como el puñal de “Pedro Navaja”.