La vieja excusa de “El lunes empiezo la dieta”

Publicado el 02 marzo 2011 por Pingüicas

OJO: este post es para todos menos para Beto. Amor, please no lo leas… sólo te vas a estresar.

Aquí va una confesión mía. Una verdadera confesión.

Ok. Imagínense una especie de balanza, en donde en un extremo está la educación autoritaria y en el otro, la educación sobreprotectora. No lo tengo que pensar dos veces para ver dónde me ubico yo. Definitivamente, me encuentro hacia el lado sobreprotector. En cambio, Beto se encuentra completamente hacia el otro extremo, del lado del autoritarismo. Juntos, quiero pensar que hemos logrado llegar a un punto medio. Ni muy muy… ni tan tan.

Estoy consciente de las consecuencias que esto puede tener en mis hijos y sin embargo, me cuesta mucho trabajo cambiar. Sí, mucho de esto lo hago por ayudarlos y hacerles la vida un poco más fácil. Me encanta consentirlos. Pero también, muchas veces lo hago por comodidad mía. Porque a pesar de que implica más trabajo para mí, también me hace la vida más fácil. Mucho más fácil.

Confieso: Yo les pongo los zapatos. A los tres. Porque me desespero que justo antes de salir, volteo a ver a Pía, quien siempre logra ponerse los zapatos, pero al revés. Y Pablo se abrocha los velcros tan sueltos que los tenis se le salen como chanclas. Y Luca… bueno, a él se los pongo, con tal de que no se los coma. Ni modo.

Confieso: Sigo dándoles de comer en la boca, como bebés. No todo ni todo el tiempo, por supuesto. Aquello que les gusta, se lo comen solos antes de que yo pueda sentarme a comer lo mío. Pero sopas, verduras, pollo y demás, pueden pasar horas contemplando la comida. Beto tiene la firmeza para poder retirarles el plato y hacer que se aguanten hasta la siguiente comida. Yo no puedo. Prefiero mil veces “ayudarlos”  para que no se queden con hambre y sentir que están bien alimentados. Ni modo.

Confieso: Yo les ayudo a vestirse. No todo el tiempo. Prueba de ello es que Pablo se ha ido a la escuela con los chones limpios, arriba de los sucios. Y también se ha puesto los chones arriba de los pantalones, al estilo Superman (pero no salió así de la casa, ¿eh?). Sin embargo, realmente disfruto este momento ―uno a uno― mientras le pongo la pijama a Pía, la camiseta a Luca y los calcetines a Pablo. En ese ratito, me platican todo. O juegan a apretarme la nariz y jalarme las orejas. Son de esos momentos que ellos seguramente olvidarán, pero que yo recordaré por siempre. Me encanta vestirlos. Ni modo.

Confieso: Soy obsesiva con el orden. Cada juguete tiene una caja, un cajón, una bandeja o un rincón en donde debe ir. Me saca de mis casillas no ver las cosas en el lugar en donde van. Aquí sí insisto en que ellos cooperen, pero yo siempre “ayudo”. Luego se hacen guajes y yo me hago de la vista gorda. No importa quién lo hace, lo importante es que al final del día, todo quede en su lugar. Así, mi alma descansa. Ni modo.

*Beto, sé que este post te va a poner los pelos de punta. Si decidiste leerlo, fue bajo tu propio riesgo. Sé que no podré ser así con ellos toda la vida. Sé que es necesario empujarlos hacia su independencia, pero en serio, ¡qué trabajo cuesta! … esto es como la dieta: ahora sí, el lunes empiezo.