La víspera de la concepción.

A Isabel Bravo.

Nacida según su madre durante la víspera de la Concepción, la mía es esa señora que reunirá a toda la familia para celebrar -como cada año- que cumple una cifra que su coquetería detesta, pero que la vida impone, y lo hará luciendo la mejor de sus sonrisas y la más colorida de sus galas, como en ella no podría ser de otra forma.

Es mi madre, también, esa señora rubia de rostro cinematográfico que dejó su trabajo al casarse (por imperativo legal/social), para formar una familia similar a la de esa serie de televisión que todo lo cuenta; la que crió a sus hijos con todo el amor y la dedicación del mundo, y la que debió reinventarse laboral y personalmente al enviudar, con la misma edad que ahora yo tengo, pero con un positivismo y una energía que ya quisiera algún día para mí.

La vida, como a tantas mujeres nacidas alrededor de una guerra, no le ha sido fácil y aun así ha ignorado quejas, reproches, victimismos, críticas, polémicas o despechos. Siempre evitando lo malo y procurando lo bueno, se nos ha hecho mayorcita -igual de rubia e igual de bella- al cuidado de sus hijos y nietos, al compás de los bailes de salón, y en la tarea de las manualidades que su celeste vista le permite.

Mi madre, esa señora que este año cumplirá una cifra redonda en francés (porque suena más juvenil), tiene tanto amor y apego a la vida que no desea saber de lo -cuanto más tarde mejor- inevitable, y yo, que a veces me derrumbo por una nadería como es no lograr publicar un libro, seguiré mirándome en su alegría contagiosa que, como ella misma, es del oro más puro y eterno. ¡Feliz víspera de la Concepción, mamá!

P.D.: En este artículo, escrito hace un año, solo un par de cosas han cambiado: la suma de doce meses más a festejar, y la consecución, por mi parte, de una nueva publicación. El brindis está asegurado.