La percepción sobre la naturaleza humana es para muchos innegablemente extraña. Ella prendió seis veces la calefacción para asegurarse que funcionaba y la arropó de diversos ángulos de la cama para dejarla cómoda. Y espero unos minutos para cerrar las ventanas y asegurarse que nadie entrara de ninguna manera. Cuando llegaron, ellas estaban abrazadas durmiendo juntas con gran placidez como si no hubiera pasado nada. Sólo un halo de gas despedía su aliento directo al sur por una rendija de uno de los agujeros de luz. La desesperación por encontrar una respuesta, algún tipo de salida antes que él llegara y nuevamente las obligara a sus antojos. No había escape porque donde fueran siempre las encontraría. Acurrucadas a la tenue luz de una lámpara esperaron el túnel que las llevara a la salida.
Como diría Borges, ciego a las culpas podría el destino ser despiadado a las mínimas distracciones. Pero ese no fue el caso. Dividiendo el tiempo podríamos situarnos frente a ellas y recoger cada parte de la secuencia anterior. La pregunta caprichosa sería si era necesario llevársela a la niña también al gran escape. Visualicemos hasta que punto lo real es más extraño que lo imaginado.
Por otro lado, una madre -aparentemente - sufre por su hija que yace en el hospital casi desahuciada donde nadie sabe que tratamiento darle porque no descubren aún el mal que le aqueja. La madre clama y pide ayuda desesperadamente. Hasta que la niña pasa a terapia intensiva y de casualidad en la noche entra una enfermera y encuentra a la madre inyectándole orines. Que es natural que lo real sea más extraño que lo imaginado.
Es natural que lo real sea más extraño que lo imaginado, y que la esperanza de que nada de esto sea cierto; sin embargo es la realidad. Y esta en nosotros el crear los artificios para que el sol se oscurezca y la luna resplandezca como mejor nos guste a nuestro infinito placer. En el escenario más importante nuestra propia vida.