Revista Talentos

La zancadilla del bicho

Publicado el 26 septiembre 2020 por Javier Torres Aguilar

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A los once días de batallar con el bicho, este me soltó un fuerte coletazo que alarmó al vecindario y a mí me puso en las puertas de la muerte. Ese día yo estaba acostado en el sillón, en la sala, en la parte baja de la casa. De pronto, me llegaron retazos de la plática que sostenían mi esposa y la menor, la que habíamos mandado a la vivienda de la tía, a fin de ponerla a salvo del bicho. Era una conversación a través de una videollamada; las voces viajaban desde el primer piso hasta la sala. A causa de la distancia, solo me llegaban pedazos de la plática. Pero fueron suficientes para enterarme de que la menor de la familia, la más vulnerable debido sus crónicos problemas bronquiales, tenía dificultad para respirar. Los pensamientos catastróficos me atraparon. No pude evitar pensar que ella, la que habíamos mandado lejos de nosotros para librarla de las garras del bicho, estaba infectada. Imaginaba un desastre en su salud, porque pensaba que el bicho se ensañaría mucho con ella, debido a sus crisis asmáticas que la perseguían desde que era una niña de cuatro años. 

     Al terminar la videollamada, mi esposa me pidió que subiera a donde ella estaba. Presentía la peor de las noticias. Intranquilo, subí y me quedé parado al final de las escaleras, a unos cuatro metros de mi esposa, quien estaba en la puerta del cuarto. Su cara denota preocupación.

     —A tu hija le falta la respiración —soltó.

*Adelanto de un relato extenso donde cuento las batallas que sostuve  (y aún sostengo —las secuelas son peores que los rounds en tiempo real con el temible intruso—).

El texto completo aún no sé dónde publicarlo. Pero que estará disponible en ebook, lo estará. De eso no hay duda. 

Aún afino detalles del manuscrito.

En este testimonio con el temible bicho de moda, también hay voces de familiares, amigos y conocidos que sufrieron las embestidas de este visitante temido. Algunos, desgraciadamente, ya no podrán leer este texto. Aun me duelen sus desenlaces. Les lloré y aún les lloro.



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