Cuentan que hace mucho tiempo en algún lugar de este universo, en un planeta viejo, hubo una luna enamorada de un árbol que vivía a la orilla de un lago. Cuando la noche caía y la luna se reflejaba sobre el lago cerca de la orilla donde estaba el árbol y el viento mecía las ramas de este y sus hojas caían sobre la superficie del lago; la luna sentía besar las hojas del amado árbol.
Un día llegó el leñador y derribó el árbol. La luna no se enteró porque era de día y el leñador hizo pedazos al árbol y lo llevó a casa donde por la noche alimentó el fuego del hogar. A esa hora la luna ya sabía que el árbol amado ya no estaba a la orilla del lago y sus lágrimas mojaban la superficie del lago que pronto se desbordó inundándolo todo. A la casa del leñador, que estaba en una colina, no llegó pronto el agua de modo que el leñador entró en sus sueños y fue ahí donde vio al árbol erguido a la luz de la luna. El sueño era profundo como el fondo del lago. Terminó de consumirse el árbol en el fuego del hogar mientras agua de lago y lágrimas de luna inundaban la casa del leñador quien en su sueño veía el árbol incendiado a la orilla del lago y veía navegar ramas y hojas aún encendidas sobre las aguas.
De la casa del leñador se veía ascender una larga tira de humo, era el espíritu del árbol liberado rumbo a la luna. Había iniciado uno de esos diluvios que hay cada tanto en algún planeta de algún universo.
Martín Dupá