Revista Diario
Lágrimas negras surcan sus mejillas. Siente que las cosas ya no pueden empeorar más. Carece de motivo aparente por el que levantarse cada mañana con una sonrisa. Lo peor de llorar cada día, es tener que hacerlo a escondidas. Aquella chica de mirada dulce y alegre se enamoró y, desde ese instante, se fue para nunca más volver. Se acostumbró al dolor, a la soledad y a que todos le fallaran. No es muy sociable, pero la misma sociedad la convirtió en la chica que es a día de hoy a base de zancadillas y golpes. No le teme al amor, le teme al idiota que pueda romper su corazón, ese corazón que con tanto esfuerzo trata de sanar. Cada día llora encerrada en el baño o en su habitación, luego lava su cara con agua fría, fuerza una sonrisa y sale de su escondite. A veces, un grito sordo rompe el silencio como un trueno que abre el cielo. Si por ella fuera, habría dejado de sufrir hace tiempo. Desearía estar durmiendo, soñando ese sueño eterno. En varias ocasiones lo había intentado, pero no pudo. No por cobardía ni desgana, sino por la poca gente que la quería. Se fuerte, se repetía. Hazlo por ellos, se decía. Escondía su tristeza con una sonrisa, tapaba las cicatrices de su corazón y las heridas de su mente. Hasta que un día no pudo más, se despidió de todos una noche, se fue a dormir y nunca más despertó.