Lara nunca había cogido una moto. Solo había montado como copiloto y tampoco había viajado lejos. Soñaba con comprarse una y aprender a pilotarla.
Quizás estaba cansada de ir detrás, viendo a medias la carretera y dejándose llevar. Le sucedía igual que en su vida, en la que sentía que era el paquete de la de otros.
Lara se compró una moto y viajó.
Lo hizo en cuanto comenzó a conducir su propia existencia.
Ayer la encontré tomando una cerveza. Estaba sola y tenía la moto aparcada a diez metros de su mesa. Sonreía y se la veía feliz. Me alegré por ella.