Podría decir que los recuerdos llaman a mi puerta. Pero no, lo que en realidad hacen es romper la cerradura y entrar a la fuerza, y me pillan en bragas tirada en el sofá con una ridícula taza de té medio frío. Todo ha acabado. Y se quedan ahí, en un violento uso indebido del espacio privado, y podría decir que perpetran a cada minuto un robo a mano armada, pero en realidad mentiría si omitiera que soy yo la que voluntariamente les cedo mi tiempo. Acabado. Finito. Así que bebo té amargo y frío con la consiguiente mueca de asco en mis labios y me dispongo a experimentar ese suplantamiento de personalidad que es recordar: una imposición, un allanamiento de morada mental, eso es lo que sois. Finito. Ya. Parad. No quiero que me atraiga la mirada indecente de unos entes que me miran con violencia mientras bebo en bragas.Pero me atraen.Me atraen como si en realidad se tratase de una especie de sacrificio convertido en misticismo, como si recordar con amargor me ayudara a saberpor qué
estoy
aquí.
Y es que no se acaba. Son puntos seguidos en un hipertexto que te reescribe constantemente.