Mamá, a los 96 años.El 27 de abril de cada año, mi madre cumple años. Ayer, pese a su 96º aniversario, siguió con la buena costumbre de que todos sus hijos, nietos y bisnietos la felicitaran, pese a encontrarse en esta ocasión más aislada que nunca en su vida y en su isla. Pero, desde la cúspide casi centenaria de su edad, no dejó de responder telefónicamente a todos. No importaba que la pandemia de la Covid-19 amenazara con nuevas víctimas y confinados, ni que la televisión impusiera su visión a cada quisqui. Ella seguía allí, al pie del teléfono, no para llamar a cada uno de sus descendientes −con los años ha perdido la visión para marcar los número− sino para contestar a cada una de las llamadas que se acordaron de ella, sin decaer ni dejarse llevar por el cansancio. Sabía que las circunstancia que vivía en ese momento eran imprevisibles y únicas. Sólo recordaba a lo largo de su vida una ocasión parecida, la del periodo de los años de la postguerra. Y no era capaz de distinguir una de la otra, aunque prefería, sin lugar dudas, la época del Coronavirus. Porque, al menos, en ese momento, podía esperar que sus descendientes la llamaran para felicitarla y para pasar un rato, charlando y comentando los acontecimientos de una vida, iniciada en la primavera de 1924. Y, ya que nadie podía ir a su casa a celebrar el aniversario, ella se mantuvo todo el día pendiente del teléfono, a la espera de una llamada más. Cuando, después de varios intentos de comunicarme con ella, me contestó, me confesó que más que aspirar a cumplir cien años o más, lo que más deseaba era vivir plenamente día a día, bien despierta y consciente de todo lo que pasaba. Y que, si este año, nadie había ido a su casa, por los acontecimientos del Coronaviurs, se conformaba con recibir telefónicamente la voz de cada uno y saber que todos seguían bien. ¡Dichosa ella que es feliz respondiendo a todas las llamadas en el día de su aniversario!