En la pág. 438 de "Las armas y las letras", de Andrés Trapiello, se puede leer lo que sigue sobre Max Aub:
"A los pocos meses de estallar la guerra se le nombró delegado cultural en la embajada de París, y luego comisario adjunto del Pabellón Español en la Exposición de París de 1937.
Entre las comisiones no desdeñables que Max Aub tuvo que llevar a cabo como comisario adjunto, estuvo la de montar el estreno de Así que pasen cinco años, de Lorca, y la de pasarse por el estudio de Picasso para ver cómo iba el cuadro, el Guernica, que Renau le había encargado para el pabellón español al pintor malagueño. Picasso, como se sabe, realizó en París su célebre Guernica y Max Aub fue el responsable de pagarle en nombre de la República doscientos mil francos, "cantidad considerable en aquel momento y que suponía un diez por ciento del coste total del pabellón, que ascendió a dos millones de francos", según se nos informa en reciente monografía sobre dicho cuadro, y cantidad, por cierto, que el futuro comunista Picasso tuvo el santo cuajo de cobrarle al pueblo español, a quien dijo servir en ese cuadro.
Durante la guerra Max Aub, que se había encargado de El Búho, una especie de La Barraca en Valencia, escribió algunas breves dramatizaciones, que llamó "teatro de circunstancias", y colaboró en las publicaciones habituales del momento, pero fue después de la guerra, en el exilio mejicano, cuando se ocupó por extenso de aquellos tres años, que noveló, como un tema recurrente, en muchos de sus libros, viniendo a ocupar, tal vez, el mismo lugar que en España García Serrano, jóvenes belicópatas a los que la guerra dio un contenido y una obsesión para el resto de sus vidas o, como decía Gaya, para quienes la guerra, más que una tragedia, fue su gran oportunidad, de la que siempre vivirían, como rentistas. El mismo Max Aub vendría a estar de acuerdo, cuando afirmó que "sin la guerra habría sido solo un estilista". La guerra le convirtió en un conspirador casuista, sin embargo, y el exilio, en absoluto benévolo con él, en un ser amargo con su victimismo a cuestas."
Y en la pág. 441, en referencia a su obra Campos:
"No existe una diferencia tajante entre historia y ficción", dirá Aub en una entrevista de 1963. "Toda historia da cabida a la ficción, del mismo modo que yo doy en mis novelas y cuentos cabida a la historia. Todas las novelas, las buenas novelas, son históricas. Es imposible reconstruir la realidad objetiva e imparcialmente porque todas la vemos e interpretamos de manera distinta. Un historiador es siempre un novelista [...]. Lo que yo hago en esta novela y en las otras que tratan de la guerra civil, puede calificarse, históricamente, como la "visión de los vencidos".
Con esta declaración Aub trataba de ganar el cielo por el camino de las buenas intenciones. Así no es sencillo ser historiador sin traicionar a la verdad ni novelista sin traicionar a la historia. Finalmente los Campos acabarían por ser otro modo de propaganda, tal vez más desesperada, perdida ya la guerra como estaba, y un modo también acaso vano de reescribir la historia. Sus novelas de la guerra, barrocas, broncas, especiadas y por momentos arcaizantes recuerdan un ruedo ibérico sin la cadencia musical de Valle; no podrán ser tenidas en cuenta como crónicas y acaso tampoco como novelas; la literatura no determina quién es el vencedor o el vencido; sí la vida, desde luego. Aub terminaría siendo de los vencedores; acabó entrando en la academia, como quería, y de forma aún más apoteósica: sin tener que presentarse, después de muerto, en un discurso y con muchos fracs alrededor."