Revista Literatura

Las cañas

Publicado el 27 junio 2013 por Netomancia @netomancia
Siempre que íbamos al río, llevábamos nuestras cañas. No importaba si luego no las usábamos. Estaban allí, en el techo del auto, recordándonos el sentido de la vida.
Aquel domingo en particular, mami no quiso salir de casa. Mi mujer tampoco. Con Enrique no insistimos. No era un domingo común. Era el aniversario.
Enrique me recordó al pararnos sobre la orilla, de cara a las islas, que antes allí sabía haber un camalotal bastante grande. Asentí, también lo tenía fresco entre los recuerdos.
Miramos hacia el auto, contemplando las cañas. La tarde estaba fresca, ambos vestíamos camperas gruesas y bufandas. No había gente pescando, porque el sol ya casi estaba cayendo. Enrique sonrió.
- ¿Hace cuánto tiempo que no las usamos? - preguntó, aunque sabía la respuesta de antemano.
Me encogí de hombros y me agaché. Allí había una piedra ovalada. La lancé al agua y logré que rebotara tres veces antes de hundirse hasta el fondo. Enrique ya no me miraba.
- Creo que desde el accidente de papá - respondí a los minutos.
Mi hermano señaló el río, hacia el sur. Venía llegando un barco carguero. Se había dado cuenta por el movimiento de las aguas marrones, que habían ganando fuerza en su desplazamiento.
Entonces fue mi turno para sonreír. Cuando éramos niños nos quedábamos maravillados con los buques que entraban al puerto. Decíamos que seríamos marineros, que viajaríamos por el mundo recorriendo ríos y mares. Decíamos tantas cosas.
- Aún me gustaría navegar el Paraná en un barco así.
- A quién no - le dije.
- Hace frío Diego. Volvamos.
No era una propuesta ni una orden. Era un hecho. Subimos al coche y antes de ponerlo en marcha, miramos el paisaje inmaculado de nuestras vidas. Creo que suspiramos al unísono.
- ¿Qué grande el viejo, no? Hacer que amemos tanto esto.
- Si - reflexioné - El viejo siempre va a estar acá para nosotros.
El motor se puso en marcha. Dejamos atrás las islas, el verde, el río, su olor, su sonido. Sobre el auto, eternas, descansaban las cañas de la memoria.

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