El tiempo me parece a veces una fantasía de la que no nos podemos librar. Estas son las más complicadas de desmontar, las que solo existen en nuestra mente, ¿tiene sentido? Si las hemos creado es porque las necesitábamos y nos dan una base, nos organizamos y construimos a partir de ellas, y cuesta no hacerlo, por mucho que sepamos que son una ilusión. Es una de las cosas sobre las que hablamos mucho y pensamos más bien poco.
Da igual lo larga que sea nuestra vida, nuestras vacaciones, nuestro fin de semana. El final nunca será igual que el principio, sabiendo que tienes todo el tiempo por delante, o sabiendo que solo faltan unos minutos, días, años por delante. Nunca será igual el primer rato del sábado que el último del domingo, aunque estés haciendo exactamente lo mismo y te sientas físicamente igual. En el mismo lugar.
La vida nos parecería igual de corta si viviéramos unos días, unos meses, unos 80 años o unos 200. El final no suele llegar cuando lo deseas. No solemos estar preparados, y me pregunto si es solo cosa de humanos. Porque nunca lo vives igual cuando sabes que te queda tiempo, que cuando sabes que se acaba. La sensación sería similar al final, habiendo vivido unos días -sabiendo que es lo que te tocaba vivir- que habiendo vivido 100 años. Con la misma calma de haber vivido tus días como querías. O la amarga sensación de no haberlo hecho. No sería cuestión de tiempo, pues, si no de cómo lo has vivido. Y de saber cuál es el tiempo con el que contabas. La enfermedad sería tan poco bienvenida si te viniera en la mitad de tus pocos días de vida, o a mitad de tus 200 años.
Y curiosamente, a veces pasa lo contrario. El poder de hacerse a la idea, de saber que algo va durar cierto tiempo, hace que a veces, no pueda alargarse más. Si sabes que tienes que trabajar hasta cierto día antes de empezar tus vacaciones, tendrás la sensación de que no podías aguantar ni un día más, de que tu paciencia aguantaba justamente hasta ese último minuto, ni uno más, y si te hubieran pedido quedarte uno más sería casi imposible. Cuando en teoría no debería ser nada diferente del día anterior. Pero mentalmente eres otra, estás en otro lugar, y la conciencia del tiempo domina tus emociones.
De todas las veces que vivido en otro lugar un tiempo, por muy buena que hubiese sido la experiencia y lo feliz que fuese allí, no había día mejor de vuelta que el escogido, no había manera de alargarlo de buena gana una vez tuviera en mente ya un día de partida. En esos días surgen las ganas de volver, de ver a los tuyos, y empieza a cambiar todo a tu alrededor. El mismo lugar de los últimos meses o años, cambia. Ya no estás allí, quizás inconscientemente te ayudas a que el cambio sea más agradable, y esos últimos días ya prácticamente no entiendes cómo podrías quedarte más tiempo.
Porque el tiempo está en la mente, y aunque sea absurdo y a veces inconveniente -¿por qué no puedo disfrutar de mi precioso domingo igual que de mi sábado?-, parece que es cultural, no todas lo viven así, lo llevamos grabado en la piel en estas culturas en que el tiempo manda. Y tiene sus ventajas. Quizás en parte es lo que le da sentido a muchas de las cosas que hacemos. Emoción y riesgo. Lo que nos mueve a “aprovechar” el tiempo. Que nos permite vivir las ondulaciones del tiempo y espacio, sentir esas olas que nos obligan a movernos de un lugar a otro. Porque el tiempo está ahí, al acecho, y según creemos, se escapa y se acaba. Al menos nos ayuda a encontrar un tipo de sentido a lo que hacemos y vivimos. El que nos ha tocado o hemos ido creando creado. El que necesitamos en este momento, tal vez, que no es diferente de cualquier otro.