Las colocaba una sobre otra después de pasar horas tratando de dilucidar su contenido, hasta formar con ellas pequeños montones. El cuarto estaba lleno de papeles arrugados cuidadosamente dispuestos unos sobre otros. Cuando el psiquiatra iba a visitarlo decía que en ellas no había nada escrito. ¿Qué sabía él? Pensaba.
Pero esa mañana... esa mañana la carta estaba escrita en español. Podía entenderla y no lo podía creer. Tantos años, tanto tiempo, y sólo había recibido una en su idioma. Volvió a posar sus ojos en las escuetas líneas:
“Todas las demás cartas que te mandé estaban vacías, en ésta te digo que vendré por ti, ya no puedo seguir esperando”
¿Quién la habría escrito? Él no sabía quién deseaba venir por él, pero estaba seguro de que era una mujer, lo presentía, lo sentía en la piel, las letras se lo decían, y él sabía muy bien cuándo eran de mujer. A partir de ese momento la única pregunta que tuvo en mente fue ¿Quién? ¿Quién? ¿Quién no pudo seguir esperando? ¿Cómo era posible que alguien que le había escrito durante tanto tiempo dijera las cartas estaban vacías y que no podía seguir esperando? ¿Esperando qué? Aguardaría la visita del psiquiatra.
Sabía que él tenía la respuesta. Era el único que le había dicho que las cartas estaban vacías.
—Doctor, ¿recuerda que siempre me dice que están en blanco? Y ahora dice que nunca existieron. Creo que usted está demente. Sé que allá afuera hay alguien que estuvo escribiéndome muchos años, pero yo, torpe de mí, no pude traducir sus cartas… pero esta que tengo aquí es muy clara. Ella vendrá por mí, ¿lo sabe, no? Sé que está impaciente.
A través de la diminuta ventana con barrotes, la enfermera que medía un metro cuarenta alcanzó a ver al desgraciado hablando solo. El pobre agitaba la mano como si enseñase algo, sin notar que la sombra inmóvil en un rincón empezaba a moverse. Abrazó al pobre loco que murió con la felicidad reflejada en el rostro.
B. Miosi