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las convulsionarias de Saint-Médard

Publicado el 07 octubre 2013 por Maslama

las convulsionarias de Saint-Médard
hijo de un consejero en el Parlamento, el diácono François Paris falleció el 1 de mayo de 1727 a los treinta y siete años, después de haber dado ejemplo de humildad, de penitencia y de caridad. Sus convicciones jansenistas, en el momento en que la opresión era cruel, hacían de él un ejemplo y una víctima. Su tumba, en el cementerio de Saint-Médard, recibía muchos visitantes. Una gran exaltación reinaba en aquel lugar, donde se produjeron milagros. Muchas jóvenes sufrieron convulsiones. Tales crisis se convirtieron en contagiosas. Se vio en ellas la intervención mágica del difunto.
la multitud se apretaba en el cementerio de Saint-Médard, ante la tumba del diácono Paris. Llegaron a contarse hasta ocho centenares de muchachas y hombres cayendo juntos en convulsiones. Algunas chicas saltaban tan alto que las llamaron las saltarinas. Otras ladraban, las ladradoras o maullaban, las maulladoras. A su alrededor se operaban milagros a diario.
en una comunidad muy numerosa de París todas las religiosas, a la misma hora, se veían atacadas por una crisis que las hacía maullar a coro durante horas. Intervino la policía y se amenazó a las religiosas con azotarlas. Se acabaron los maullidos. Sin embargo, las persecuciones del Gobierno no hacían más que acrecentar el número de los adeptos. Los jesuitas decían que era cosa de brujería.
las convulsionarias de Saint-Médard
en agosto de 1731 se asistió a los socorros mortales. El cementerio de Saint-Médard se convirtió en un lugar de grandes pruebas y suplicios: las jóvenes convulsionarias reclamaban golpes, querían ser azotadas, abofeteadas, martirizadas; para ellas, los dolores tenían el atractivo de la voluptuosidad. Sus correligionarios no se andaban por las ramas: las pisoteaban, pateando muslos, vientres, pechos, y luego las molían a garrotazos.

una de ellas recibía cien garrotazos sobre la cabeza, sobre el vientre, sobre los riñones; otra se acostaba de espaldas, se extendía una tabla sobre ella y se subían encima más de veinte hombres. Otra, con las faldas atadas, los pies en alto, la cabeza hacia abajo, estaba mucho tiempo en esta posición. Otras tenían el seno cubierto y les torcían las mamas con pinzas hasta deformar las ramificaciones (Bernard Picard)
el 27 de enero de 1732 la policía cerró las rejas del cementerio y mantuvo la clausura. El arzobispo de París, Vintimille, excomulgó a las convulsionarias. Los adeptos colgaron un cartel célebre:
por orden del rey se prohíbe a Dios
hacer milagros en este lugar

las convulsionarias se trasladaron a otra parte: se reunieron en casas particulares. La exaltación aumentó con las medidas represivas. Las muchachas se hacían flagelar, y luego sofocar con una cuerda; engullían páginas del Nuevo Testamento; se quemaban la lengua con carbones encendidos, a ejemplo de las narraciones de la Biblia. Se asistía a crucifixiones, con clavos en las manos y en los pies. Con frecuencia el espectáculo acababa con la irrupción de la policía, que se llevaba a todo el mundo. Esto duró hasta el año 1762, fecha de las últimas convulsiones y de los postreros milagros.
ronronea: levina

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