Revista Diario

Las cosas de mi abuela

Publicado el 12 junio 2012 por Pirfa @paloma_pirfa
Las cosas de mi abuela
En alguna de las siestas de mi niñez, en las que deambulaba por la casa de mis abuelos (una casa de tres plantas, dos de ellas deshabitadas), descubrí un cajón lleno de fotografías en blanco y negro. Pasé horas con ellas, observando detenidamente a sus protagonistas (algunos me resultaban conocidos, la mayoría no) y fijandome en los detalles de aquellas instantáneas: una esquina, un paisaje, el diseño de una botella de refresco... las ropas, los peinados y, sobre todo, esos pequeños detalles hablaban de otra época, una que parecía bastante más feliz que ésta, aunque sólo fuera por las sonrisas que lucían los retratados. Yo jugaba, en mi aburrimiento sestero, a dar vida a aquellas escenas inanimadas. Imaginaba las vidas de las personas que aparecían en ellas: Aquí, unas en el campo, alrededor de una manta llena de bebidas y comida; allí, dos encima de un burro en una romería; más allá, otros en lo que parecía ser el banquete de una boda o bautizo. Mi abuela salía en algunas de ellas, unas décadas más joven y con un pelo más abundante aunque con el mismo tono rubio que ha tenido hasta hace pocas fechas, milagros del tinte.
La otra mañana quise recuperar aquellas fotografías. Sabía que nadie en mi casa les daba la importancia que les daba yo, así que volví al cajón donde las dejé hace 10 o 15 años, pero ya no estaban. Le pregunté a mi abuela por ellas y me respondió, seca:
-Las hice cachitos muy pequeños y las tiré. 
- Pero, ¿Por qué?- Le pregunté, intentando contener mi rabia.
-Para que, cuando yo me muera, no anden por ahí los retratos dando tumbos. 
Yo le solté una perorata larguísima sobre su falta de derecho a privarnos de algo que formaba parte de nuestra historia familiar, independientemente de que saliera ella o no saliera en las fotografías. Conforme más hablaba, más me enfadaba. Ella me miraba divertida, con una sonrisa en los labios. Yo seguía con mi argumentación y ella con su sonrisa. Ya casi me asomaban dos lágrimas, recordando tantas escenas en blanco y negro hechas ahora pedacitos, cuando le hablé de lo "inspiradoras" que eran para mi aquellas fotografías que ella había eliminado sin consultar con nadie. Ella se rió de verdad de mi petulancia.
- Pues que sepas que he tirado un montó de mierda.
Ésa fue la palabra que utilizó, mierda. Entonces me entraron ganas de ir al servicio. Entré en su baño recientemente reformado, levanté la tapa, me senté en el wáter y, al levantar la vista, mis ojos se posaron en el mueble con espejo de encima del lavabo y allí estaba, como siempre, desde que tengo memoria, el horroroso adorno de jabón con forma de gato, que ni es pastilla de jabón del todo ni adorno del todo, aunque en cualquiera de sus dos manifestaciones sea igual de horrendo. En aquel baño nuevo, con su ducha nueva, su suelo nuevo y sus azulejos nuevos, seguía estando aquel engendro blanco y jabonoso. 
Las cosas de mi abuela Y, cuando más enfadada estaba, tuve que reírme, pensando en el concepto de mierda que tiene esta mujer, a la que quiero tanto.


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