Después de todo, una taza sólo es útil cuando está vacía; y una mente repleta de creencias, de dogmas, de afirmaciones y de citas, en realidad no es una mente creativa, y lo único que hace es repetir. Y el huir de ese miedo –de ese miedo al vacío, a la soledad, al estancamiento, a no prosperar, a no triunfar, a no ser algo o alguien- es sin duda una de las razones por las cuales aceptamos las creencias tan ávida y codiciosamente. ¿No es así? ¿Podemos comprendernos a nosotros mismos mediante la aceptación de una creencia? Todo lo contrario. Es obvio que una creencia, política o religiosa, impide la propia comprensión. Obra a modo de pantalla, a través de la cual nos observamos a nosotros mismos. ¿Y podemos observarnos a nosotros mismos sin creencias? Si suprimimos esas creencias –las muchas creencias que uno tiene- , ¿queda algo para observar? Si no tenemos creencias con las cuales la mente se haya identificado, entonces la mente, sin identificación alguna, es capaz de observarse a sí misma tal cual es, y ahí, ciertamente, está el comienzo de la propia comprensión.
¡Cuántas creencias tenemos! Ciertamente, cuanto más intelectual, cuanto más culta, cuanto más espiritual –si es que puedo emplear esa palabra-, una persona, menor es su capacidad de comprender. Los más reflexivos, los más despiertos, los más alerta, son tal vez los menos creyentes. Eso es porque la creencia ata, la creencia aísla; y eso lo vemos por todo el mundo, tanto
en el mundo económico y político como también en el mundo espiritual.
Vosotros sois brahmanes y yo no brahmán; vosotros sois cristianos, yo musulmán, y así sucesivamente. Pero habláis de fraternidad y yo también hablo de la misma fraternidad, amor y paz. La realidad de los hechos es que estamos separados y divididos. El hombre que quiere la paz y desea crear un mundo nuevo, un mundo feliz, no puede aislarse con ningún tipo de creencia.”