Estoy en el maldito trabajo. Alguien ha gritado. Una cucaracha tamaño King Size está volteada en el suelo, desesperada. Las mujeres me han obligado a hacer de Sant Jordi, pero no he querido matarla. La he puesto en una caja Nesspresso (la importancia del reciclaje) y la he dejado en una papelera en la calle.
Dos minutos más tarde la recepcionista ha salido a fumar. Otro grito. La cucaracha melancólica volvía a su hogar, cruzando el desierto de la calle, moviendo sus desproporcionadas antenas frente a la puerta.
Las cucarachas tienen memoria. Me diréis que es olfato. Yo dijo que no, que es memoria, como el contacto mágico de la magdalena y el té de En Busca del Tiempo perdido, de Proust. El olfato es memoria. El contacto. Entre el poema y quien lo lee, que lo despierta del mundo de los muertos. Entre mi talón y la pobre cucaracha que volvía a casa, guiada por su memoria y la añoranza. Y al final de los tiempos, sobre la tierra sólo quedarán cucarachas y humanos. Y ellas tienen memoria.