Revista Literatura

Las dos y una novela policiaca

Publicado el 18 julio 2013 por House

   Conozco dos mujeres de mediana edad y buenas hechuras que, desde hace más de dos años, andan envueltas en un diálogo de besugos sin pies ni cabeza.
   En todo este tiempo han coincidido en varias ocasiones, y han surgido mil motivos para que entre las dos surgiera una amistad y una complicidad típicamente femenina que se extrapolase a lo profesional, y generase una relación de amistad que perdurase en el tiempo. Ninguna da el paso de descolgar el teléfono. La utilización de intermediarios es más efectiva y más relajante. Los mensajeros del zar son eficientes y eficaces. ¿Por qué, por tanto, voy a descolgar el teléfono? Se preocupan mutuamente una de la otra, siempre a través de terceros comunes. Pero ninguna es capaz de descolgar el teléfono y eliminar la tierra que está en medio. Una, enfrascada en sus enjundias personales y profesionales, apenas tiene unos minutos para respirar. La otra, ubicada en una posición similar, Tampoco se enfanga para quitar esta distancia tan absurda como estúpida. Una por otra, el patio sin barrer y los consortes respectivos en la lejanía.
   Me consta que la una pregunta frecuentemente por la otra. Y viceversa. Pero ninguna de las dos da el paso de llamar por teléfono a la otra. ¿Comodidad? Seguramente sí. ¿Apatía? En absoluto. Pero resulta más fácil utilizar a terceros de forma inconsciente. Lo más atípico de esta historia es que cuando se encuentran se enzarzan en conversaciones y complicidad cómo si la amistad estuviera bien cimentada. No entiendo la situación ni tampoco por qué ninguna de las dos toma la iniciativa. Como diría ese entrenador que tanto devaluó la imagen merengue, ¿Por qué?, ¿Por qué? ¿Por qué? Me da la sensación que ninguna de las dos es consciente de la irreparable pérdida de tiempo que están perdiendo. En alguna ocasión, les he preguntado de forma indistinta por qué no llamaba por teléfono a la otra mujer. En todos los casos, tras reconocer que tenía razón, se autojustificaron con bagatelas frugales. Sus respectivas parejas no entienden nada. Yo tampoco.
   Sigo leyendo a Luis García Jambrina. Devorando ‘En tierra de lobos’ uno vislumbra la imagen más real de la ciudad del Tormes de la década de los 60, una ciudad que atesora arte por todos los poros de su piel, pero también misterio y entresijos en torno al mundo más fantasmagórico que puede existir en cualquier ciudad: el mundo de la prostitución. Decía el otro día que recomendaba su lectura. Insisto. Ciertamente, merece la pena. A continuación aguardan Juan Madrid, Berna González Harbour o Patricia Cornwell. Pero desconozco el orden, y tampoco me importa demasiado. No es necesario leer a ninguno de estos autores, genuinamente policiacos y forenses, para encontrar en España una autentica novela policiaca. Basta con ver un telediario.
   Esta tarde he quedado con mi amigo Safwan, insigne galeno de origen sirio y afincado en tierras astures. Seguramente hablaremos de su nueva ubicación profesional, tras salir por piernas del hospital en el que hasta finales de junio ejercía la sanidad con presteza, profesionalidad, nobleza y dedicación. Estos días hay un apellido de moda: “Bárcenas”. Se extiende demasiado este chapapote mafioso y rufián. Lo tenemos mucho más cerca de lo que imaginamos. Una espectacular novela negra en la que lógicamente cabe preguntarse quién es el asesino y quién la victima. En este caso, la víctima es mi amigo Safwan. El asesino lo saben de sobra. No necesitan más datos. El problema que existe en esta novela es el final que se le dará a la trama novelesca. Un final diferente a cualquier otra novela policiaca. En esta ocasión será la víctima quién acabe con el asesino. Les recomiendo que estén atentos. La narración tiene enjundia. Y el final también, sobre todo para quien hoy impunemente, y con el beneplácito de sus mecenas está ejerciendo una dictadura al más puro modelo nazi de la Alemania de Hitler. ¿Interesante, verdad? Y recuerden, el que hoy ejerce de asesino está a la vuelta de la esquina. Mañana cambiará la historia. Se les contaré y opinaré.

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