Director: Juan Carlos Tabío
Cuba
1983
104 min.
Fotografía: Julio Valdés
Música: Juan Márquez
Guión: Juan Carlos Tabío
Reparto: Rosita Fornés, Isabel Santos, Mario Balmaseda, Rine Cruz, Manuel Porto Mirta Ibarra, Silvia Planas, Maritza Rodríguez, Ramón Veloz
Del Japón voceras y colorista de los 70 a la Cuba voceras y colorista de los 80 en una entrada que puede que asuste un poco pero que compensará al que entre con diversión, calidez, creatividad y el necesario punto de acidez social que siempre vuelve la comedia algo mucho menos intrascendente de lo que pueda parecer. (Aquí abajo la película ¡completa! ¿Calidad?…visible)
Lo primero es que no puedo decir que conozca del cine cubano mucho más allá de un par de nombres y algunos momentos indispensables de su cine post-revolucionario. Pero esos dos nombres y esos momentos están siempre protagonizados por los mismos: Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío y, tras ellos, sobrevolando, la marca de fábrica de un cine, el ICAIC, el Instituto cubano de Arte e Industria Cinematográficos. Lugar casi mítico que levantó una idea de cine nuevo en la que Gutiérrez Alea se reveló sofisticado creador con trabajos señeros como la tremenda comedia negra de 1966 La muerte de un burócrata, que narra la grotesca hazaña de un pobre tipo que debe recuperar de la tumba de su tío unos documentos imprescindibles para el cobro de una pensión, o el mejor filme existencialista de la época Memorias de subdesarrollo en 1968, documento a la vez abstracto y concreto, lúcido y despiadado sobre la Cuba de principios de los 60 a través de las asfixiantes divagaciones de un rentista que vive “en Europeo”, un abrasador monólogo
Desde luego hay más títulos y más directores (aparte de otro trabajos de Gutiérrez Alea que no comento por no haberlo visto) producto de la eclosión creativa y del impulso gubernamental al ICAIC, pero no soy tan engreído ni tan audaz como para ponerme a desgranarlos sin tener las espaldas cubiertas, así que solo me queda recomendar las estupendas ediciones que Fnac e Impulso Records (y también Vella Vision), hizo del cine de la isla en La Cinemateca de Cuba Grandes joyas del cine cubano (que puede
Pero ahora hay que volver atrás. Como muchos, la mayoría seguramente, mi primer contacto con la Cuba de cine y por extensión con Alea y Tabío fue producto del éxito internacional de su trabajo conjunto en Fresa y Chocolate, comedia taquillera de los 90 que resucitó a unos autores en letargo, aunque, en realidad no hubiera para tanto y en genral fuera muchísimo más plano que su cine anterior. Guantanamera intentó reeditar el éxito recurriendo a revisitar precisamente aquella La muerte de un burócrata pero faltaba algo (y no solo las evidentes penurias presupuestarias). A partir de aquí nuevamente les perdí la pista entre trabajos de, al menos para mi, escaso interés. Y aquí entra el hallazgo que ha sido este Se permuta, primer trabajo en la dirección de Juan Carlos Tabío donde rehace una obra teatral previa -hay que recordar que es un comediógrafo de gran éxito, una característica esta, que unida a ciertos
De esta manera lo que superficialmente puede verse como una especie de “Rohmer goes Cuba” que toma ese aspecto de cotidianeidad dulzona y cuitas amorosas, vaivenes sentimentales que arrastran una trama que va de azar en azar y de casa en casa impulsado por la necesidad de encontrar una idea del amor, está siendo constantemente dinamitado desde dentro con arreglo a un dispositivo metalingüistico notablemente ingenioso que juega con todo tipo de recursos para exponer, no ya una historia sino la misma comicidad de la película y sus elementos internos.
Así no solo los actores rompen la cuarta pared (con apartes de raíz teatral y guiños cómplices al público) o el equipo de filmación es cogido por sorpresa durante una transición demasiado rápida. Más allá de eso incluso el mismo Juan Carlos Tabío aparece en televisión explicando las decisiones narrativas y comentando la mecánica interna del humor (antecediendo, por ejemplo, al Lars Von Trier de la divertida pero excesivamente estirada El jefe de todo esto) en una decisión chocante y audaz que se integra con insólita naturalidad. Permitiendo, simultáneamente, ahorrar al espectador escenas de relleno haciendo avanzar la trama desde fuera por ese perpetuo narrador omnisciente que es el autor y mostrar sin pudor le trampantojo absoluto que es el cine. Sin alardes, con descaro y humor, se plantea una reflexión clarividente sobre el hecho fílmico y sobre el pacto eterno del espectador para con la ficción. Forzado aquí hasta el extremo de recordarle que lo que
Gracias a esta magia el film funciona armónicamente en todos su niveles y tanto el “como se cuenta” (uso de bocadillos de habla, manipulaciones de la banda sonora, interacción de la música, fugas mentales, etc…) como “lo que se cuenta” resultan igualmente divertidos y se enriquecen mutuamente. De tal manera que las peripecias romántico-“habitacionales” del cada vez más numeroso grupo de personajes -filmados por Tabío con una sensación de espontaneidad que esconde una planificación milimétrica en escenas en las que todo el mundo se cruza y habla a la vez en momentos claramente
En fin, una joya, en la que el formalismo aparece perfectamente integrado como un elemento natural al servicio de una historia rebosante de garbo que supera por mucho su condición inicial de comedia costumbrista, magistralmente escrita y redondeado por espléndidas actuaciones (Isabel Santos es una golosina y la venerable Silvia Planas, inolvidable tía del protagonista de La muerte de un burócrata, se luce en un par de secuencias antológicas), un asombroso dominio del gag, un trasteo con los tópicos desprejuiciado y una riqueza post-moderna rematadamente lograda.