Me refiero aquí al alocado, por ciego, pensamiento positivo en sentido peyorativo: a pensar que alguna extraña fuerza en mi interior o en el exterior hará que todos mis problemas se solucionen automáticamente sin mi intervención: basta con que yo piense positivamente para que se opere la magia resolutiva.
Por tanto, hablamos de que el pensamiento positivo, que no optimista, sin más fundamento que el propio devenir, se resuelve en un profundo pesimismo, erigido sobre una aún más profunda desconfianza en la capacidad de la persona para tomar las riendas de su propia vida.
El vídeo que expongo a continuación nos da una idea de ello. Espero que os guste. Después del vídeo haremos una breve reflexión.
No hay que desesperar, como no hay que presumir, en el sentido desesperanzado del término, que no del vanidoso. Debemos tener una cierta confianza en nosotros mismos como resultado de la propia autonomía, signo de la libertad personal, pero esta confianza no puede ser absoluta.
Tampoco debemos desconfiar "absolutamente" de los demás, aunque sabemos que nos pueden fallar -experiencia tenemos- del mismo modo que cada uno puede traicionarse también a sí mismo, de lo que también conservamos recuerdo. ¿Verdad, lector, que no es novedad?
Si tienes algo que argumentar, deja tu comentario e iniciaremos un debate.
Alfredo Abad Domingo.
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