para Diario Perfil Los suplentes propone, como bien sintetiza Ariel Magnus en contratapa, una “mirada infantil sobre los adultos y la no menos descarnada de los adultos sobre los pequeños”. Dividido en cuatro partes, se destaca la llamada “Chicos raros”: cuentos PG13 con personajes de diseño, sin descuidar que parezcan reales: un niño devenido por necesidad e iluminación creativa en sacadientes inspirará un concepto laboral posmoderno en su padre; otro niño es miembro de una familia comedora de chicles desechados y otro más narra la historia de su padre que por una alcoholemia crónica (y natural a los ojos de los inspectores) decide vivir en el auto a la vera del peaje. El volumen arranca con una pareja de cuentos, y no sólo porque sean dos, sino porque en una la novia no soporta a la hija de su novio y en el siguiente un novio no soporta al hijo de su novia. Las dificultades para relacionarse con la familia política es algo recurrente en las historias de Los suplentes, donde cualquier elemento fuera de la filiación sanguínea se convierte en un intruso, a veces como chivo expiatorio, a veces como mera percepción por una de las partes que es la única conflictiva pero puede terminar con una relación. De tanta recurrencia sospechamos que en el fondo se nos quiere alertar de que las familias siempre lo arruinan todo, o eso parece pensar (es donde el concepto se hace explícito) el fotógrafo protagonista de “Gran angular”, quien tiene que soportar una cena donde sus familiares se reúnen para conocer a su novia, y lo único que hacen es comentar lo buena que está, en presencia de ambos y de manera grotesca. El grotesco, montado en el anecdotario, es la materia prima de Voloj. En algunas ocasiones recurre a un muy serio sarcasmo (¿hay de otro tipo?) para burlarse de la literatura. La expresión correcta sería “hacerle burla”, copiar cierta forma para evidenciar la tontería. Estos catorce cuentos breves nos llevan a ritmo de esa cabalgata en el que parece que nuestro caballo podría estallar en cualquier momento como si se tratara de lo más natural del mundo.
Las familias lo arruinan todo
Publicado el 15 octubre 2015 por Pablogiordanopara Diario Perfil Los suplentes propone, como bien sintetiza Ariel Magnus en contratapa, una “mirada infantil sobre los adultos y la no menos descarnada de los adultos sobre los pequeños”. Dividido en cuatro partes, se destaca la llamada “Chicos raros”: cuentos PG13 con personajes de diseño, sin descuidar que parezcan reales: un niño devenido por necesidad e iluminación creativa en sacadientes inspirará un concepto laboral posmoderno en su padre; otro niño es miembro de una familia comedora de chicles desechados y otro más narra la historia de su padre que por una alcoholemia crónica (y natural a los ojos de los inspectores) decide vivir en el auto a la vera del peaje. El volumen arranca con una pareja de cuentos, y no sólo porque sean dos, sino porque en una la novia no soporta a la hija de su novio y en el siguiente un novio no soporta al hijo de su novia. Las dificultades para relacionarse con la familia política es algo recurrente en las historias de Los suplentes, donde cualquier elemento fuera de la filiación sanguínea se convierte en un intruso, a veces como chivo expiatorio, a veces como mera percepción por una de las partes que es la única conflictiva pero puede terminar con una relación. De tanta recurrencia sospechamos que en el fondo se nos quiere alertar de que las familias siempre lo arruinan todo, o eso parece pensar (es donde el concepto se hace explícito) el fotógrafo protagonista de “Gran angular”, quien tiene que soportar una cena donde sus familiares se reúnen para conocer a su novia, y lo único que hacen es comentar lo buena que está, en presencia de ambos y de manera grotesca. El grotesco, montado en el anecdotario, es la materia prima de Voloj. En algunas ocasiones recurre a un muy serio sarcasmo (¿hay de otro tipo?) para burlarse de la literatura. La expresión correcta sería “hacerle burla”, copiar cierta forma para evidenciar la tontería. Estos catorce cuentos breves nos llevan a ritmo de esa cabalgata en el que parece que nuestro caballo podría estallar en cualquier momento como si se tratara de lo más natural del mundo.