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Tiempo para darle una pensadita: todo el que quieras dedicarle
En Europa, 700.000 puestos vacantes en el ámbito TIC no podrán ser cubiertos por falta de la formación adecuada. Datos de este calibre deberían hacer sonrojar a los políticos de varios países de la Unión Europea porque evidencian una brecha enorme entre los conocimientos y competencias profesionales que demanda el mercado de trabajo, y lo que los ciudadanos reciben a través de las vías formales de formación. Esta circunstancia es una muestra más de que la sociedad está fragmentada y avanza, como mínimo, a dos velocidades bien distintas, la analógica y la digital. En el caso particular de España puede confundir el hecho de que seamos líderes europeos en penetración de smartphones y casi tripliquemos la media mundial en venta de tablets (y me atrevería a afirmar lo mismo con la adquisición de televisores LCD), pero mucho me temo que no pasamos de ser meros consumidores de tecnología. Por tanto, no nos engañemos con estas estadísticas . El siguiente paso o mejor dicho el primero que debería dar cualquier país es generar un tejido social e empresarial altamente cualificado que sea capaz de impulsar la innovación en todos sus sectores productivos. Y cuando hablamos de innovación no debemos caer en el error de pensar únicamente en clave tecnológica sino en toda evolución que tenga su impacto en cualquier rama del saber. Pero alcanzar este objetivo de alta cualificación de los ciudadanos exige que los profesionales que nos dedicamos a la educación y a la formación tengamos, si no más, al menos idéntico nivel de exigencia en nuestra práctica profesional. Podríamos debatir largo y tendido sobre esta cuestión, ¿verdad?
Pero retomemos el dato inicial y volvamos a la tendencia tecnocrática de la sociedad contemporánea. Resulta innegable que en pleno siglo XXI las personas deben poseer unas mínimas habilidades digitales. Apoyándome en lo que afirma Neelie Kroes, vicepresidenta de la Comisión Europea, uno de cada cinco trabajadores requiere conocimientos avanzados en tecnologías de la información y la comunicación, mientras que el 90% necesitan habilidades básicas en este campo. Desde mi experiencia profesional me atrevo a decir que aún estamos lejos de alcanzar ese objetivo y el sentido común me lleva a pensar que si no se toman medidas estructurales sobre el sector de la formación, la fractura social será cada vez mayor. Es cierto que se han acometido reformas importantes pero me temo que el sistema educativo seguirá languideciendo ante la falta de agilidad. Viene al caso recordar aquel viejo refrán de que “las cosas de palacio van despacio”, a veces demasiado despacio…
Si de algo podemos estar seguros es de que el ritmo al que avanza todo lo relacionado con el ecosistema digital nos obliga a dar una respuesta formativa con la misma agilidad y velocidad con la que mutan estos conocimientos. Pero la cosa no queda ahí. Resulta paradójico observar otro error común en ciertos procesos de formación de nuestros días y que consiste en enfocar los programas académicos hacia el desarrollo de capacidades técnicas obviando el entrenamiento de las capacidades creativas y las habilidades cognitivas de orden superior. ¿Acaso aprender a pensar, a crear y a ir más allá de lo evidente no es hoy más imprescindible que nunca?