Sé que últimamente no aparezco mucho por aquí, espero disculpéis mi ausencia, pero es que este verano está siendo un poco más movidito para mí, espero poder reanudar poco a poco el ritmo habitual del blog.
Hoy quería contaros una historia de mi particular abuelo, del que ya conocéis parte de sus manías y anécdotas curiosas que os he ido contando.
Lo que os voy a relatar hoy, es un tanto vergonzoso, además de surrealista, pero es de las cosas que ha echo mi abuelo que más hemos comentado en casa.
Mi abuelo era una persona a la que le encantaban los potingues. Se echaba cuatrocientas mil pomadas, cremas... y calvo como estaba, se untaba la cabeza con limón, porque decía que fortalecía el cabello (si, es incomprensible, pero él era así...) lo mejor de que hiciera esto último, era que luego se paseaba por todas partes, con trozos de la pulpa del limón, además de las pepitas, en la cabeza y él tan contento, no tenía vergüenza de ningún tipo.. ya la pasábamos nosotros por él :-)
Parece que los olores de todas esas pomadas y de su colonia "floid" están presentes, cada vez que me acuerdo de él. Eran tan largas las sesiones de "belleza" que se hacía, que es difícil olvidarse.
L@s que habéis leído las otras historias que os he contado sobre él, sabéis que era una persona muy excéntrica, tanto era así, que las uñas de los pies se las limaba con una lima de carpintero como esta... alucinante.
Un día y tras su metódica y diaria sesión de belleza, que consistía en el encremamiento corporal, limado de uñas, frotamiento de limón por la cabeza, ducha, pomadas en las piernas y pies, colonia, los 15 minutos de lavado de dientes, con el posterior enjuague bucal con elixir y bicarbonato, afeitado etc etc vimos que algo estaba tramando en la cocina. Tampoco le dimos la mayor importancia, porque él, como ya os he comentado en otras ocasiones, era una persona excesivamente metódica con todo lo que hacía. Él entraba y salía de la cocina, llevaba toallas y alguna cosa más...
Tras tirarse unos 20 minutos preparando vete tú a saber el que, nos dijo que iba a estar en la cocina y que iba a cerrar la puerta. Nos pidió por favor, que en el rato que él estuviera ahí metido, que no se nos ocurriera entrar. Se nos hizo bastante raro, para que decir lo contrario... pero como sabíamos lo raro que era, le dijimos que adelante, que estuviera tranquilo en la cocina, haciendo lo que tuviera que hacer, que no íbamos a entrar.
En casa estábamos viendo Falcon Crest y tan metidos estábamos en las historias de Angela Chaning, que no volvimos a acordarnos del tema.
Cuando terminó la serie, mi abuela recordó las palabras de mi abuelo "No entren en la cocina de ninguna de las maneras en un rato, por favor" (siempre nos trataba de usted a todos, hasta en eso era raro...). Miró el reloj y vio que había pasado algo más de una hora desde que nos había dicho eso y empezó a mosquearse al ver que no había salido de la cocina todavía.
Mi abuela era de armas tomar, menuda era ella, no había nada que le amedrentase "¿Qué estará haciendo este hombre que no da salido de ahí? Voy a entrar a mirar que pasa ahí dentro, que ya me estoy mosqueando con tanto misterio" (nos dijo). A pesar de que mis tíos le recomendaron que mejor sería que lo dejara estar y que no entrara, dado que él había dejado muy claro que no quería que nadie estuviera ahí dentro, mi abuela abrió la puerta y lo que se encontró fue algo muy, pero que muy sorprendente.
Mi abuelo estaba subido en una banqueta de formica vieja, igualita que esta, muy poco estable...
Estaba frente al fregadero, con el grifo abierto ¿qué estaba haciendo? algo insólito... nada más y nada menos que lavándose sus partes bajas, con detergente de la ropa. Imaginaros la escena. Los gritos de mi abuela fueron tan alarmantes que corrimos todos a la cocina a ver lo que ocurría. Si os soy sincera, hubiera preferido no ser partícipe de la escena, pero lo fuimos todos. Mi abuelo estaba allí, subido en esa banqueta, desnudo y con sus partes llenas de cachos azules del detergente.
Mi abuela estaba allí, con los ojos abiertos como platos, las manos en la cabeza y tras el shock inicial que la hizo quedarse sin palabras, reaccionó, poniéndolo verde y preguntando una y mil veces que hacía. Él, muy digno, nos invitó a salir de allí, entre gritos y sonrojo. La verdad es que no hizo falta que lo dijera dos veces, salimos de allí como una flecha, todos menos mi abuela, que seguía emprendiéndola con él "Cochino, asqueroso, sinvergüenza, bájate de ahí ahora mismo ¿pero que haces?" esto era lo que oíamos una y otra vez sin parar y él contestaba "¡Váyase mujer! en esta casa no se puede tener intimidad".
Por supuesto, mi abuela no le permitió que siguiera haciendo eso allí, por lo que mi abuelo tuvo que salir de la cocina (sin aclarar jajajaja) directo al cuarto de baño. Acto seguido, mi abuela que era la mujer más limpia y escrupulosa del mundo, sacó su garrafa enorme de lejía y se puso a limpiar el fregadero como una loca. Durante días, en casa hubo un cachondeo tremendo con el tema, era imposible terminar una conversación, sin que saliera el tema a relucir y por más vueltas que le dábamos, no entendíamos el comportamiento que había tenido mi abuelo aquel día. Sabíamos que era una persona metódica, limpia, escrupulosa inclusive pero esto superó todos los limites.
El tema quedó zanjado, era incómodo preguntarle por qué había echo eso. Pasados los años y de forma casual, nos enteramos que la culpable de lo que había pasado, había sido una garrapata, que en una visita al campo, se había instalado muy bien, en las partes nobles de mi abuelo y él, por pudor, no nos quiso decir nada y mucho menos, ir al médico, pensando que lavándose con detergente para la ropa, la garrapata moriría y se acabaría el problema. Evidentemente no fue así y al final tuvo que recurrir al médico, como es lógico en estos casos, porque además, las garrapatas son peligrosísimas, por todas las infecciones que te pueden causar, hasta te puedes morir.
Espero que la historia os haya divertido, en mi familia, es raro el día que recordando a mi abuelo, no salga esta anécdota y siempre terminamos tronchados de la risa.
Disfrutar del fin de semana y ojo cuando vayáis al campo... :-)