Sentir el calor de una madre, su atención y su cariño al venir al mundo, es quizás una de las necesidades más grandes que un ser humano puede experimentar a lo largo de toda su vida. Pocas cosas habrá que necesitemos más. De hecho, el primer terror que conocemos es el miedo a perderla, a tener esa madre ausente que no nos socorra cuando lo necesitemos. Si eso sucede, no habrá nada en el mundo que lo compense.En esos primeros momentos de nuestra vida, somos capaces de aceptar y soportar cualquier cosa que ella haga. Si nos critica duramente o si nos desprecia, somos capaces de perdonarla en un pestañeo. De hecho, ni siquiera nos atrevemos a cuestionar lo que nos hizo, más bien nos culpamos a nosotros mismos por haber desatado su cólera. Lo que más tememos, en esos primeros años, es que nos abandone. “La mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo”.-William Ross Wallace- CompartirPor disponible que una madre esté, a veces tiene que ausentarse. Nos deja solos, aunque sea por lapsos breves. Pero no nos resignamos a que eso suceda, porque a tan corta edad no tenemos conciencia del tiempo y no sabemos si va a volver. Poco a poco aprendemos a lidiar con esas ausencias breves, aunque signifiquen dolor y miedo.Si por alguna razón nuestra madre se ausenta no por lapsos breves, sino la mayor parte del tiempo, en nuestro corazón se abre una herida que puede que jamás cierre. Y cuando esa madre está totalmente ausente, el daño emocional es tan grande que dejará una huella en nuestra mente, sobre todo si esto ocurre durante los seis primeros años de nuestra vida.
Revista Diario
Sentir el calor de una madre, su atención y su cariño al venir al mundo, es quizás una de las necesidades más grandes que un ser humano puede experimentar a lo largo de toda su vida. Pocas cosas habrá que necesitemos más. De hecho, el primer terror que conocemos es el miedo a perderla, a tener esa madre ausente que no nos socorra cuando lo necesitemos. Si eso sucede, no habrá nada en el mundo que lo compense.En esos primeros momentos de nuestra vida, somos capaces de aceptar y soportar cualquier cosa que ella haga. Si nos critica duramente o si nos desprecia, somos capaces de perdonarla en un pestañeo. De hecho, ni siquiera nos atrevemos a cuestionar lo que nos hizo, más bien nos culpamos a nosotros mismos por haber desatado su cólera. Lo que más tememos, en esos primeros años, es que nos abandone. “La mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo”.-William Ross Wallace- CompartirPor disponible que una madre esté, a veces tiene que ausentarse. Nos deja solos, aunque sea por lapsos breves. Pero no nos resignamos a que eso suceda, porque a tan corta edad no tenemos conciencia del tiempo y no sabemos si va a volver. Poco a poco aprendemos a lidiar con esas ausencias breves, aunque signifiquen dolor y miedo.Si por alguna razón nuestra madre se ausenta no por lapsos breves, sino la mayor parte del tiempo, en nuestro corazón se abre una herida que puede que jamás cierre. Y cuando esa madre está totalmente ausente, el daño emocional es tan grande que dejará una huella en nuestra mente, sobre todo si esto ocurre durante los seis primeros años de nuestra vida.