Es tarde y en el salón sólo suena el rítmico tic-tac de un reloj-botella argentino. Pasas las páginas distraído, absorto y al segundero sólo lo interrumpe el crujido metálico de la silla de oficina en la que te sientas con las piernas dobladas, apretadas contra el pecho.
También yo leo y, con las últimas páginas, regreso al mar; dos historias se entrelazan y ahora también ésta, la mía, parece querer confluir con ellas. Remedios Varo, la cazadora de Astros. Zoé Valdés, la catadora de océanos. De ellas te hablaré en otro momento.
Ayer
Ayer volvía del trabajo en el autobús, escuchaba música y una palabra me hizo pensar en ti. Fue un segundo y lo dejé pasar. Después fue extraño volver a verte por la noche y en sueños, como si fueras otra persona; tampoco yo era igual; creo que intentabas enseñarme algún acorde nuevo de guitarra y ni siquiera me daban las manos. Sé que en los sueños poco o nada importa, pero allí, como si fueras consciente, me hablabas en pasado, como si supieras que ya te habías marchado.
[...]
Las cosas están así; ¿así cómo? me dirás. Así como si al hablar de todo esto pudieras volver y me estuvieras observando.
Creo que ahora te habría comprendido mejor. A tu yo de entonces, quiero decir. A veces me sorprendo distante, ajena a todo, desapareciendo, como hacías tú algunos días y yo me enfadaba y no podía entender. Sé que no era mi culpa y que eras así. Y yo te veía entonces borroso y oscuro, no sé si por las lágrimas o por la noche, o porque realmente era en ese instante cuando podía verte de verdad. Y así y todo fuimos aprendiendo y, como en los erizos, tus ojos ya no fueron verdes, fueron azules, miel y negros... ahora ya no puedo verlos desde tan lejos.
Asumamos que ésta será nuestra cómoda distancia.
Hay un poema de Kavafis al que siempre vuelvo y, aunque es algo triste, es como nosotros. Cambiaremos de ciudad, cambiaremos de vida y todos esos cambios nos cambiarán a cada uno de nosotros sin que nos demos cuenta y, en el tiempo, acabaremos siendo otros. Otros que ya nunca más seremos tú y yo...
Como si el tiempo, el espacio y la música fueran una misma cosa, intentarás convencerme. Y lo harás de nuevo. Querrás llevar el cassette hacia el inicio de cualquiera de tus caras; hacia el punto de partida, girando hacia atrás con un boli BIC. Pero la ciudad, la ciudad irá en ti siempre.
[...]
Luego, en otro lugar más cómodo, los días pasan: densos, rápidos, uno tras otro; como las mareas, cíclicas, con cada luna; y ola a ola, sin notarlo, un día cualquiera revelas un nuevo paisaje. Regalas una sonrisa. Viajas. Cierras un libro. Recibes un mensaje. Descubres una historia. Y otra. Y otra. Y descubres que naufragar es importante; que naufragar es también hacer camino; que naufragar es encontrarse; que naufragar merece la pena y que con palabras así, SÍ.