Revista Literatura

Las Lágrimas del Lobo

Publicado el 21 julio 2011 por Viktor @ViktorValles
Extinguía el verano, los calurosos y dilatados días se despedían con completa calma. En el pueblo se habían iniciado las fiestas, la juventud aprovechaba tales días para dar rienda suelta a la desinhibición y al exceso como si sus vidas terminaran al final de ellas. Eran comunes las hogueras en la playa, las veladas etílicas y el sinfín de curiosas situaciones que se daban a raíz de las mismas.No había lugar para los pensamientos profundos, ni para las miradas hacia el futuro… Era aquí y ahora, un momento de dicha que nadie, en absoluto, iba a dejar pasar.
Ya terminaban los días de celebración, ante el mar calmado…Observando al oscuro horizonte se encontraba Ariette, sumergida en su propia soledad con un libro entre sus manos. Cómo si nada existiera a su alrededor, cómo si el mundo no fuera con ella… En silencio, evitando que la humanidad descubriera su presencia, pero permaneciendo firme allí, con el viento arrastrado por las olas peinando su fina melena como si de los dedos de un amante se tratara.
Ariette era una chica de tímida apariencia, tanto como bella ante la mirada de cualquier hombre. Sus ojos, entre verde y gris, atraían como canto de sirena a quien se atreviera a admirarlos, su dulce voz era capaz de derretir corazones de hielo incluso manteniéndose en silencio. No solía tratar con los chicos y chicas de su edad, pese a que solía asistir a los mayores acontecimientos del lugar, quedándose a un lado: a veces observando, otras simplemente haciendo acto de ausente presencia. Muy pocos habían intercambiado alguna palabra con ella, a penas nadie conocía su nombre y nadie la conocía. Era todo un misterio para los jóvenes de la pequeña localidad.
De la algazara, cumpliéndose la media noche, se separó una silueta. Lentamente ésta danzaba por la arena, dudosa acerca de la dirección que deseaba tomar. Nadie se dio cuenta, el estado de embriaguez general hizo que los mozos perdieran en cierto grado la atención acerca de lo que allí ocurría. La extraña silueta tenía claras sus intenciones, el alcohol no tomaba parte de ellas…
Al acercarse allí dónde Ariette se encontraba se descubrió el rostro de un joven. Era Seth, un educado chico de la localidad. Él nació y creció allí, sus suelas no habían conocido más allá de la provincia a pesar que siempre soñaba con viajar, algo que descubría en sus escritos más íntimos.Seth era un chico apuesto, pero su extrema timidez le mantenía en la soltería. Su carácter dulce y enamoradizo, enfrentado con el encogimiento, le había tornado reservado, algo que escondía tras la educación.
Se posó tras ella, mirando ambos la línea que separaba el mar del cielo…
- Preciosa noche, ¿verdad? – dijo Seth procurando sonar suave
Pero Ariette no respondió, ni siquiera hizo cualquier gesto que diera a entender que había escuchado su voz. Seth esperó durante unos segundos antes de avanzar un paso, como si de una partida de ajedrez se tratara.Fue al pisar la arena cuando Ariette respondió, pero no con palabras como hubiera esperado él, sino con un brusco movimiento, como preparando la huida.
- Perdona… -susurró Seth- No pretendía…
Un silencio se hizo bajo la lejana algazara. Los dos jóvenes se observaban, cruzando las miradas, bajo la luz de la luna mientras las olas impactaban contra las rocas. La ternura de él impactaba contra la cautela de ella, quien aún no había tomado una postura relajada, a lo que él decidió posarse de cuclillas ante ella.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó él- Llevo días viéndote por aquí, sin embargo no sé absolutamente nada de ti…
Pero Ariette no respondía, se mantenía estática y silenciosa, con la fría mirada clavada en él.Y es que algo extraño se escondía en ella. Era aquella reacción lo que automáticamente la relegaba, dejándola en un rincón como si un juguete roto ella fuera. Pero lo que nadie admitía es que aquello era algo que ella misma provocaba sin querer, pero tampoco le importaba: así lo prefería Ariette.
Ella le observaba, atenta a sus gestos. No con odio y con ira, pero sí con cierto temor. No estaba acostumbrada al trato humano, prefería la indiferencia de las personas, puesto que ella las miraba como juguetes que danzaban al son de absurda melodía, viendo a los segundos pasar.
Descubrió, entonces, algo que hasta aquel instante había pasado desapercibido: el colgante de plata que vestía el cuello de Seth, en forma de trisquel. A Ariette siempre le había apasionado la mitología, entre otras tantas la celta. “El equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu…”, pensó al observar aquella figura de la cual tanto le inquietaba el reflejo.
- Recomiendo que te marches… -dijo al fin Ariette- Regresa a casa.
Tras tan escuetas palabras ella se incorporó y partió, camuflándose en la oscuridad de la playa. Seth hizo un amago de seguirla, sin embargo quedó anclado en la arena, sin saber exactamente como debía reaccionar. Descubrió una cinta roja allí mismo, intentando escapar con el viento. La recogió entre sus manos, pensando que debía ser de aquella hermosa chica con quien había intentado conversar y terminó atándola en su muñeca. Acto seguido regresó, abatido, al centro de la celebración, allí dónde se encontraban los jóvenes reunidos.
Seth cogió una cerveza y se sentó a saborearla sentado en el muro que daba al paseo marítimo, con la mirada fija en la luna que parecía brillar un poquito más que otras noches. Entonces la voz de Ariette invadía su mente, como un eco enamorado del aire.¿Por qué huir de tal manera? ¿Qué escondían aquellos mágicos ojos? Parecía cómo si ella supiera algo que se le escapara a su razón…
Trago a trago, pregunta a pregunta… Cada vez más extrañado. Vació la botella y decidió regresar de nuevo al epicentro de la reunión, donde encontró a sus amigos completamente ebrios.Entonces escuchó un ruido fugaz que parecía envolverles…
“¿Qué ha sido eso?” se preguntó, pero dio por sentado que allí nadie más se había cerciorado de aquel opaco detalle. Mientras los demás seguían envueltos en sus excesos, Seth no paraba de mirar de un lado a otro, como si un cuervo se le hubiera presentado presagiando infaustos acontecimientos.
Observó a dos ojos brillar en la lejanía, pero lo suficientemente cerca como para poder percibirlos a través de la oscuridad. Éstos lentamente se aproximaban cuando, de pronto, diversas ráfagas se cruzaron entre la juvenil multitud, creando desconcierto en ella.
Fue cuando empezó la huída cuando se descubrió qué era lo que ocurría: grandes y fieros lobos se abalanzaban sobre los asustados jóvenes, cazándoles ferozmente.
Inmóvil, Seth, estudiaba dando vueltas sobre sí mismo el mejor camino para huir mientras observaba la sangre derramarse, salpicando la arena que solamente estaba preparada para absorber el alcohol de los vasos caídos.
Cual fue su sorpresa al verse abatido por una de aquellas fieras. Tumbado de cara al cielo observó a una loba albina, quien de un zarpazo desvistió el collar de plata que él llevaba. Le miró fijamente a los ojos, cuales le resultaban familiares…
- ¿Ariette? – preguntó en un susurro, falto de respiración.
La loba permanecía inmóvil sobre su torso, aprisionándole contra el suelo. Ante el asombro de Seth, de los ojos de la fiera brotaron dos lágrimas que impactaron contra su rostro… él suspiró aliviado.Pero no estaba a salvo. Ariette hizo un movimiento brusco, sin dar tiempo a las cavilaciones, y mordió el cuello del joven, dejándole desangrarse mientras la observaba con ternura en la mirada, cual se apagaba lentamente…
Con el morro ensangrentado la loba se apartó de la manada, acercándose a la orilla. Allí se sentó a contemplar el horizonte, bajo el brillo de las estrellas que dibujaban formas en el firmamento.“¿Por qué?” se repetía una y otra vez. No le quedaba duda que su camino iba a ser solitario eternamente, esa era su condena. Bajo la mirada, enfrentándola contra el suelo, entonces algo se le apareció: una cinta roja, la misma que había perdido hacía unos instantes…Víktor Valles

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