Revista Talentos

Las miserias de la clase media como disparador literario

Publicado el 27 octubre 2015 por Amtaboada @amtaboada
Las miserias de la clase media como disparador literarioEl texto galardonado de Saccomanno se inspiró en los hechos de 2001, en una ciudad de prejuicios e indiferencia. “Extremé el paisaje, no inventé nada”, dice.
Por Diego Rojas
La realidad determina los rumbos de las creaciones artísticas de los modos más diversos. Una realidad dramática como la argentina debería, entonces, producir artefactos bien potentes. Tal es el caso de El oficinista, la última novela de Guillermo Saccomanno, quien ganó el prestigioso premio Seix Barral, galardón que antes obtuvieron Mario Vargas Llosa o Guillermo Cabrera Infante. Los jurados comentaron que hacía al menos diez años que el concurso no había recibido una novela tan fuerte y dura como la ganadora. Y es que el texto de Saccomanno –que no pudo viajar a España para recibir el galardón porque lo sorprendió una meningitis de la que se encuentra recuperado– se mete con temas difíciles. Se adentra en la miseria social y en la miseria de la clase media. En los vectores que hacen de nuestra sociedad un lugar que, muchas veces, asusta. Saccomanno es una máquina de sagacidad. Posee una de esas inteligencias disruptivas, aquellas que entran en cortocircuito con el sentido común predominante en todos los órdenes. De esa mirada oblicua sobre el mundo nacen textos que se introducen en las zonas más oscuras y regresan a la luz, atravesados por la purificación de la literatura.
El oficinista, que presenta una ciudad –quizá Buenos Aires– vigilada todo el tiempo por helicópteros, atravesada por la miseria, con niños durmiendo en las calles, grupos terroristas que hacen estallar bombas y perros feroces clonados, tiene origen en el clima de la crisis que desembocó en el verano caliente de 2001. “La primera versión la escribí en 2003, muy cerquita del pico del conflicto –recuerda el escritor, que vive en Villa Gesell–. Pero los personajes de esa época están acá”, dice y señala el ventanal del noveno piso de Retiro donde reside cuando pasa por Buenos Aires para dictar sus talleres literarios y desde donde se ve una panorámica de la ciudad. “Yo camino mucho –continúa–. Suelo salir al amanecer. Tomo el Bajo y voy hasta el fondo. Cuando salís a caminar de madrugada ves tirados bajo las recovas a los sin techo; a los pobres, humillados y ofendidos, durmiendo en las veredas; ves las travas que vienen de la noche; las putas que vienen de yirar y a los ejecutivos jóvenes, empilchadísimos como si fueran a una disco, junto a chicas glamorosas y elegantísimas. Este contraste está presente todo el tiempo. Y tenés a los pibes chorros de Retiro. Toda zona donde hay una terminal de micros, trenes, es una zona de confluencia de clases sociales contradictorias que están funcionando entreveradas todo el tiempo. Tensé la cuerda, extremé el paisaje y la situación, pero no creo haber inventado nada.” Un paisaje que está presente en el libro, extremado, en tensión, pero presente.
El escritor, que tiene cuatro hijas –una de 35 años, otra de 24, una más de 18 y una bebé de un año y medio– se declara pesimista. “No soy optimista. Y menos con respecto a la clase media. Pensemos en 2001. La clase media, que cinco minutos antes pensaba que los piqueteros eran unos negros de mierda, después pensaba que eran ‘nuestros compañeros piqueteros’. Y después volvieron a ser esos negros de mierda que cortan el tránsito. La clase media salió porque le tocaron los ahorritos, se define por el voto cuota.”
La percepción social de Saccomanno entronca con una desconfianza radical hacia la pequeña burguesía que, quizá, se asienta en aquella tesis de que no hay peor fascista que un pequeño burgués asustado. “No hay nada más miserable que la clase media, a la que pertenezco y repudio –despotrica–. Y lo hago con conocimiento de causa porque de allí provengo. Es la clase que se traiciona a sí misma, la que ha reivindicado los golpes de Estado, la que ha sido cómplice civil. La que hoy se denomina republicana y está llamando a todos los golpistas. Gran parte de la intelectualidad argentina pertenece a la clase media y por lo tanto es reaccionaria. El diario La Nación es un house organ de la derecha y su suplemento literario es un suplemento de la derecha. Del mismo modo Perfil. Quiero hacer una diferencia: no estoy hablando de los periodistas que laburan allí. Porque como decía Bertolt Brecht: ‘El obrero de la fábrica de cañones no es responsable de la guerra imperialista’. El pibe que se gana la vida en un diario no es responsable de la línea editorial del diario. Pero hay muchos que se ofrecen como editorialistas o columnistas que sí son cómplices y directamente están apoyando la reacción. Mi novela no trata esto, pero sí plantea a la oficina como un lugar concentracionario. Y un periodista o un publicitario, por más que sientan que cagan más alto de lo que les da el culo, son oficinistas.”
–Sus orígenes familiares son obreros.
–Mi viejo fue obrero del vestido, después fue portuario y fue sindicalista. En su última época fue periodista. Fue un militante socialista en relación conflictiva con el peronismo, de atracción y rechazo. Gorila primero y, después del ’55, enemigo de la Revolución Libertadora. En mi casa había una gran biblioteca proletaria donde estaban Bakunin, Marx, Proudhon. Ahí me formé.
–Pero esa formación implica un optimismo sobre el futuro social y político.
–Me cuesta ser optimista cuando miro esta miseria tan fuerte. Estuve yendo a colegios el año pasado. He visto las situaciones de injusticia que deprimen mucho. Hay fenómenos como el de Milagro Sala, pero a veces creo que son islas. Son ejemplares, eh, pero estamos en un mundo donde el hambre está, donde los pibes palman todo el tiempo. No hay horizonte para los chicos. Por eso creo en la movida que hace Mempo Giardinelli en el Chaco, su proyecto de lectura que convoca a miles de docentes. Pero, otra vez, me parecen fenómenos insulares. Lo negativo los pasa por encima.
Polémico, Saccomanno también ejercita opiniones duras acerca de la literatura. Hace unos años, cuando se presentó la antología La joven guardia, que inauguró el fenómeno de publicación de la Nueva Narrativa Argentina, el escritor estuvo en la mesa y desde allí señaló la falta de compromiso de muchos jóvenes escritores y se preguntó cuántos de quienes habían sido antologados continuarían escribiendo. “Fue todo un malentendido –rememora–. Lo que dije era a favor de los pibes. Mi deseo era que dentro de unos años siguieran publicando. ¿Cuántos autores se descubrían todos los días en las revistas literarias de los sesenta y dónde están esos autores hoy? Hay que ser cauteloso. El hecho de ser chicos no los vuelve ni mejores ni peores. La literatura se sostiene en los textos. La literatura argentina está viviendo un momento de efervescencia en términos de publicación. Hay mucha publicación, pero hay que ver qué decanta. Creo que muchas veces la prosa está estandarizada, formateada. A veces entro a una librería y no hay nada que me sorprenda demasiado. Toda literatura es del yo porque el autor está, de alguna manera, palpitando en el texto. Pero hay un abuso de la pelusa del ombligo. Me fracturé una pierna y esto da para una novela. Insisto, esto tiene que decantar. Sin embargo, creo que hay voces interesantes en la literatura argentina.”
Hace un tiempo, también denunció la omisión que se hacía en la academia de ciertos escritores y se refirió, explícitamente, a Osvaldo Soriano, del que contaba que una vez, en la Facultad de Letras, se habían reído de su presencia. Saccomanno y Bayer denunciaron que el hecho había sido impulsado por la cátedra de Literatura Argentina cuya titular, en ese entonces, era Beatriz Sarlo, aunque luego tal posibilidad no se llegó a comprobar.
–¿La academia tiene cierto prejuicio hacia algunos escritores?
–¿Qué es la academia? ¿La carrera de Letras? Es una carrera técnica que forma profesionales que saben leer y escribir y que cuando se reciben trabajan en editoriales, otros hacen crítica literaria y, escasamente, otros son escritores. No escribo pensando en la carrera de Letras. Uno escribe pensando en un lector ideal más inteligente y perspicaz que uno. Los escritores que admiro no escriben pensando en esa dirección.
Saccomanno hace que irrumpa la crisis con toda su fuerza en su literatura y, sin embargo, no pierde una sonrisa amable. Tal vez haya comprobado que su aporte a la sociedad, además de sus novelas y artículos periodísticos, se corporiza en ese aporte a la discusión. Y está contento con una novela que responde en toda la línea a ese programa. “Es y no es una novela realista. Es y no es una novela futurista. Creo que les pegó mucho a los españoles porque están atravesando una época de muchos despidos, de una gran crisis económica –explica–. Esta novela se vincula con la foto del ejecutivo yanqui que sale de su oficina con todas sus cosas en una caja de zapatos, despedido. Está ahí: es una novela que transcurre dentro de diez minutos, pasó ayer, pasará mañana.” Saccomanno es un escritor realista. Uno de aquellos que sabe expresar la más cruda y virulenta realidad. ¿De qué otra manera podría ser reflejada nuestra sociedad?.Publicado por Alberto Espiño en 11:04Entrada más recienteEntrada antiguaPágina principalSuscribirse a: Enviar comentarios (A

Volver a la Portada de Logo Paperblog