Las Paradojas de Aina

Publicado el 08 mayo 2011 por Igork
Aina Rotger se levanta, baja hasta el nivel de mar. Mira el Mediterráneo y se zambulle. ¡Plaf!
 Bucea. Se mueve como una serpiente bajo las aguas azules y busca.
   Perlas, pocas. Es conocido que en el mundo hay pocas perlas. A mí me parece que la mejor es la de John Steinbeck.
   Allí, en el fondo, encuentra cosas que no he sido capaz de ver, rincones claros, a veces oscuros. A veces son las extrañas relaciones entre hombre y mujer, a veces son los colores del alma. Otras, los contrasentidos, el humor, la absuridad, el erotismo, el sabor del vivir.
   Cuando vuelve a la playa, siempre lleva algo. Es conocido que los fondos marinos de Mallorca son ricos en historias y leyendas.
-------------------- Una voz que llega desde lejos ---------------------

En la terraza de un café, sola, pero rodeada de gente.
Insonorizada del ruído infernal de coches que, a dos metros de distancia, aceleran a mi espalda para evitar frenar en ámbar.
Bandada de niños que salen del colegio de la mano de mujeres de mi edad, incluso más jóvenes. Sus hijos, que podrían ser los míos, caminan entre fumadores por calles infestadas de humos, en aceras sucias de colillas que mantienen limpio el aire del café-bar.
Un chico negro con americana blanca montando en bicicleta, sobre el andén, sentido opuesto al que marca la calzada y una mujer en pantalón de chandal, saca a pasear a su perro, que asoma la cabeza por una minúscula abertura de su inmenso bolso.
Paseantes acalorados en manga corta y yo helada bajo mi chaqueta.
Nueve veces me has dicho te quiero y con nueve silencios he respondido a ellos.
Y sin embargo, me encuentro sola tomando una limonada y pensando en que, quizás, debería haber pedido un café.
Mis piernas me pedían un paseo y mis pies se han parado a reposar en la primera mesa libre al girar la esquina.
Y te llamaré aprovechando que leo el periódico, como cuando, por la noche, escucho la tele si me apetece leerte.
Y terminado mi vaso, y ahora que estamos casi en verano, iré a comprarme unas botas de invierno por aquello de no romper con las contradicciones de la vida.