Se lo comenté a mi madre la segunda o tercera vez que me pasó y ella se descojonó primero y me regañó por pensar estupideces, después.... y mi padre ya hace chistes sobre el tema a la hora de la comida. Así que está claro que estoy sola en esto. Quien quiera (o lo que quiera) que abra las puertas del armarito ha conseguido aislarme y que nadie me crea. Ya no digo nada cuando lo sobrenatural sucede porque total, se van a reír de mí. Esto es algo que tengo que lidiar por mí misma. Ahora que una cosa sí que os digo: así empiezan todas las víctimas de las pelis de miedo, y acaban descuartizadas y semidesnudas en un bosquecillo.
En twitter (porque fui a contároslo muy asustada hace unos días) me habéis sugerido mil soluciones para desentrañar el misterio, tales como comprobar que el armario no esté inclinado y que las puertas se abran por pura gravedad, o pegarlas con celo a ver si el fantasma tiene narices de abrirlas. Pienso estudiarlo a fondo. Esta noche voy a pegarlas con celo muy fuerte, y a ver si tiene lo que hay que tener para amanecer abierto mañana.
Si algún día dejo de escribir en el blog, que sepáis que el armarito del baño me ha engullido.
Este es el armario del mal. Lo de abajo son los pantalones de mi pijama.