De forma general, los procesos de reestructuración y el consecuente proceso de cambio en la organización del trabajo (incluyendo aquí también la propia anticipación del cambio por parte del trabajador) conllevan cambios en las condiciones de empleo y trabajo que frecuentemente se traducen en intensificación del trabajo (es decir, un incremento de la densidad y de la carga de trabajo) y en una mayor inseguridad, no sólo sobre el empleo y sus condiciones, sino sobre condiciones de trabajo que son apreciadas por el trabajador. En general, ambas (la intensidad del trabajo y la inseguridad) van a traducirse en exposiciones a estrés que pueden tener consecuencias relevantes sobre la salud, particularmente si las exposiciones se extienden en el tiempo.
Los procesos de reestructuración que provocan desempleo pueden anteceder al propio hecho del despido, por la inseguridad e incertidumbre generada, etc…, las peores consecuencias se producen con la materialización del despido y sus efectos, no sólo en términos materiales, sino en términos simbólicos asociados a la identidad, la autoestima, etc…, lo que a su vez puede tener consecuencias relevantes para conseguir otro empleo.
La pérdida de trabajo es un proceso traumático para muchas personas que supone costes personales y sociales; que, en general, implica un aumento de la ansiedad, de síntomas psicosomáticos y de depresión, y una pérdida de calidad de vida personal, familiar y social, incluso para los que encuentran otro trabajo, por el frecuente retroceso del salario.