1. Una creciente demanda social de talleres y programas de educación financiera, adaptados a las necesidades de colectivos concretos
Hace poco, una recién llegada a un grupo de LinkedIn sobre educación financiera preguntó con cierta ingenuidad: “¿Cómo conseguís que la gente se apunte y asista a los talleres que no son obligatorios?”. De inmediato surgieron los comentarios jocosos: “¡Buena suerte! Por favor, en cuanto sepas la respuesta compártela en el grupo”.
En el mundo ideal que prevemos para 2013, en todos los grupos de población habrá cada vez más personas financieramente iluminadas que, con el entusiasmo propio de los conversos, se dedicarán a asimilar y difundir nuevas prácticas económicas, más inteligentes y provechosas para todos. Serán conscientes de sus verdaderas necesidades y buscarán cursos, materiales y herramientas que les permitan alcanzar sus objetivos. Los talleres para familias, emprendedores y futuros jubilados estarán llenos hasta la bandera, y los asistentes sustituirán la angustia vital que les produce pensar en el dinero por una estimulante sensación de confianza en sí mismos.
2. Unos contenidos y formatos más lúdicos, prácticos y… humanos
Además de ser tremendamente aburrido, el “estilo sermón” que impera en la educación financiera para adultos tiene el gran inconveniente de generar un rechazo adicional al que de por sí produce todo lo relacionado con el dinero. Aún no he conocido a nadie a quien le agrade que cualquier extraño, por muy bienintencionado que sea, le diga cómo tiene que vivir su vida.
En el 2013, la gamificaciónllega a la educación financiera. No como una moda, sino como la mejor forma de conectar con las inclinaciones naturales del ser humano a la diversión y al disfrute de experiencias en primera persona.
Además de esta revolución en los formatos, los contenidos evolucionan hacia nuevos enfoques: ya no se trata de instruiro educar a las personas (planteamientos que denotan cierta “superioridad” de quien imparte el conocimiento), sino de mostrar otras alternativas para ganar, ahorrar, gastar, compartir o invertir el dinero, que no tienen por qué estar alineadas con las creencias predominantes en nuestras sociedades.
Y, por encima de todo, los contenidos se adaptan de manera realista a las circunstancias de cada colectivo o grupo de población: las verdades universales tampoco existen en el ámbito de la educación financiera, y las propuestas que tienen sentido en algunos casos pueden ser completamente inadecuadas en otros contextos. Un buen programa con contenidos “globales” puede fracasar por no reconocer las características particulares del grupo al que se dirige.
3. Las empresas compiten por difundir la cultura financiera y se potencia lacooperación entre el sector público y el privado
En los últimos años, las instituciones públicas del ámbito financiero (reunidas en la International Network on Financial Education de la OCDE) han proporcionado un apreciable impulso a la IDEA de que la educación financiera es imprescindible para el desarrollo social y económico de las sociedades.
Por desgracia, el tránsito de la IDEA a la REALIDAD no es automático ni inmediato. Los organismos públicos han dado pasos imprescindibles y positivos en cuanto a la divulgación de la IDEA, pero sus iniciativas suelen mostrar dos tipos de problemas: 1) La educación financiera ocupa una posición secundaria frente a otras competencias que estos organismos consideran prioritarias (como la regulación, la supervisión o la política monetaria) y que por su delicada naturaleza suelen aconsejar el mantenimiento de un “perfil bajo”; la consiguiente timidez comunicativa perjudica extraordinariamente las posibilidades de llegar con éxito a los potenciales beneficiarios. 2) La escasez de recursos económicos y humanos limita el impacto y la eficacia de las acciones.
De ahí que, en muchos casos, las iniciativas públicas de educación financiera dejen una sensación de expectativas frustradas. Las optimistas declaraciones del tipo “con esta actividad hemos capacitado a 200 personas” ya no engañan a nadie: dar una charla a 200 personas (reunidas de manera más o menos voluntaria) no significa que se haya “capacitado” a todas esas almas. Con suerte, si la charla es realmente buena y está bien enfocada hacia las necesidades reales de la audiencia, puede tener un notable efecto “sensibilizador” (logro nada desdeñable, por cierto). Pero tener a 200 personas sentadas escuchando una clase magistral está muy, muy lejos de constituir una capacitación.