En Pablo Laso se ven cualidades idóneas para el proyecto de regeneración que se pretende, y pesa mucho el hecho de que haya sido jugador de la casa. Un valor que se pierde como el agua por el desagüe. Muchos han querido ver en el desarraigo de las aficiones, de los que juegan, de los que entrenan, un punto discordante y clave del progreso de los clubes. Hoy aquí y mañana allá. Hoy te pongo y mañana te quito. Hoy eres estrella y mañana estrellado.
El mercado globalizado admite movimientos hasta el extremo, y en escasas ocasiones podemos hablar por ejemplo de récords individuales en el mismo equipo. Laso parece que viene para convertirse en elemento de cohesión y vertebración de una unidad al servicio de la sección de basket, castigada en los últimos tiempos por una gestión sin rumbo definido.
Sorprende eso sí que Laso aparentemente haya pedido la continuidad de Velickovic, condenado al ostracismo más absoluto en su etapa más reciente en el club blanco.
Se pide carácter y eso le sobra a Laso. El problema viene con la repercusión que tiene cada pequeña decisión que toma cualquier entrenador del Real Madrid. El escenario es tan grande, que incluso lo que pasa entre bambalinas no lo puede tapar el telón. El entrenador del Real Madrid pasa a ser algo más. Es conversación de tertulias, corriente de opinión, objeto de crítica voraz. Sus decisiones son talladas en piedra y expuestas en la gran plaza pública.
Se enfrenta Laso a un "presupuesto de guerra". Se quiere mantener el status de equipo aspirante a todo con menos dinero, aunque me cuesta creer que se deje escapar a algún que otro jugador con cartel. A la hinchada ya no le vale. Se ha perdido mucho tiempo y se ha fichado mal. Las extrañas maniobras como la de Garbajosa también le escuecen al que se sienta en la grada.