Revista Literatura

Le Chien

Publicado el 26 abril 2011 por Gasolinero

En la ancestral gasolinera de mis orígenes cómo hombre, al poco de ser allí recluido, los agricultores madrugaban mucho. Era por entonces un signo de laboriosidad salir a trabajar antes de que despuntase el día; por el contrario, salir al campo con el sol fuera, salvo por causas mayores, era señal de molicie, cómo poco. Luego el paso del tiempo y la posmodernidad, que cómo se sabe la carga el diablo, fueron retrasando la hora de salir a faenar, llegándose actualmente a ver tractores a las nueve del día, aún por el pueblo.

A las seis de la mañana, en aquel tiempo idílico al que me refiero, las pistas de la gasolinera estaban llenas de tractores y toda clase de vehículos y personas, camino del trabajo. Gentes repeinadas, muchos oliendo a Varón Dandy y algunos, a pesar de los carteles con letras cómo castillos, con el puro colgando del belfo. Indefectiblemente Farias.

Me llamaba mucho la atención la manera de saludarse que tenían bastantes parroquianos. Era una suerte de liturgia siempre repetida y que comenzaba cuando el saludador columbraba al saludado, generalmente a trescientos metros de distancia.

—¡¡¿Dónde caminas, Julián?!!  —grita el iniciador del saludo, caminando hacía el receptor del mismo.

—¡¡Al camino mota!! —responde el segundo, pateando al encuentro del primero.

—¡¿Estás escardillando?! —inquiere el saludante, con la voz algo más baja dada la menor lejanía, interesado por las faenas agropecuarias de su amigo y siguiendo en busca de él.

—¡Ya he terminado, ahora estoy despuntando! —informa Julián, algo más bajo y algo más cerca.

La conversación seguía por esos derroteros hasta que se encontraban a un metro, más o menos, de distancia los interpelantes y ya en tono normal:

—Buenos días.

—Buenos días.

Y seguían hablando de lo que fuese, ya a un nivel tolerante de decibelios.

Las bombas de los pozos de riego se movían, la mayoría, con motores diesel, a los que llevaban la dosis de gasoil en garrafas de plástico, transportadas en coches, mayoritariamente Dyane 6.

Una mañana aconteció que el señor Perico, fue a llevarse sus dos garrafas de gasóleo para darle el riego al melonar, a la vez que repostaba la necesaria gasolina en el Citroën 2CV del que se servía. Este Perico estaba casado con «la Sartenona», que decía la oración del mal de ojo, miraba de asiento, colocaba huesos e incluso invocaba a los espíritus, en su casa y por la voluntad, casi siempre en especie. Creo que hizo coyuntería milagrera con uno al que mis tíos le decían «el segundo díos» y que iba más por el lado místico de la magia, copando gran parte del mercado local parapsicológico.Le Chien

El hombre, para no mover innecesariamente el auto, se colocó en el surtidor de la gasolina y abrió el maletero para sacar las garrafas y llevarlas al sitio del gasoil. En esto se salió un perrillo que llevaba dentro. Perico una vez realizados y pagados los suministros, llamó al perro, que andaba despendolado por la gasolinera, para que subiese al vehículo.

—¡Chile! —que es cómo en Tomelloso se les llama cariñosamente a los perros— Sube, que nos vamos.

El chucho no le hacía ni caso. El señor lo llamaba insistentemente y el perro ni se inmutaba. Cuando iba a cogerlo, el animal huía en sentido contrario. El tipo se iba enfadando, cada vez le gritaba más al pequinés y con peores palabras. Hasta que logró atraparlo. Levanto al perro con las dos manos, lanzándolo contra el suelo, con tan mala suerte, o quizás intencionadamente, que el can dio con la espalda en el bordillo de la acera. Todos nos quedamos en silencio, estremecidos. El perrillo comenzó a aullar, desconsolado, sin poder moverse. Y el señor, instantáneamente transmutado en cerdo, lo cogió y lo metió en el maletero, mientras le decía:

—La próxima vez que te llame, me vas a hacer caso.

Pensé en Goya, en Dalí, en Buñuel  y en la España más negra, esa que apedrea, maltrata y mata perros y, por supuesto, congéneres.

www.youtube.com/watch?v=auRUxPPqDcQ


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