Revista Literatura

Le Palais des Mouches

Publicado el 19 mayo 2011 por Gasolinero

La ancestral gasolinera de mis orígenes fue erigida por un mutilado de la última guerra, héroe del Santuario de la Cabeza, a las ordenes del capitán Cortés. Después de la guerra a los tullidos y héroes del bando ganador los recompensaban con concesiones de estancos y gasolineras, entonces monopolios del estado. Este señor, cojo a la sazón, nombró al surtidor como a la virgen serrana. El poste lo instaló bastantes lejos, para entonces, del casco urbano, en un vértice del cruce en aspa de dos carreteras comarcales, pensando en optar al suministro de los vehículos itinerantes. La realidad fue otra y como clientela solo consiguió a los agricultores que por sorteo les correspondía allí el suministro del «cupo» del gasoil, un par de empresas de transporte y cuatro turismos sueltos.

El «cupo» era una suerte de subvención indirecta a los agricultores en la compra de carburante, el paternalista estado de entonces asignaba a cada labrador, según las tierras que poseía y dependiendo si estas eran de regadío o secano, una cantidad de litros de gasóleo a un precio mucho más bajo que el de venta al público, entonces no había gasóleo agrícola. El agricultor tenía necesariamente que retirar todo el combustible de una vez, creo recordar, de la gasolinera, llevándoselo en bidones y almacenándolo en su casa o donde fuese. No viene cuento del relato, pero a raíz de esto surgió un mercado negro de gasóleo, los agricultores vendían el gasoil que les sobraba del cupo a la gasolinera, por un precio algo más elevado de lo que a ellos le costaba y el surtidor lo vendía a los camioneros, a un precio algo menor del que oficialmente estaba establecido y algo mayor que el que habían pagado a los campesinos, con lo que todos salían beneficiosos.

Como decía, dada la ruindad del negocio, este señor fundador y mutilado tuvo que vender el negocio y lo hizo a un ex-futbolista del Atlético de Madrid y este a otros. El poste fue de mano en mano como la «falsa monea», hasta que la propiedad llegó a una corporación formada por señores de Tomelloso, que convinieron construir un bar en la trasera del surtidor, a ver si así atraían a los posibles clientes. Se construyó la taberna y comenzó siendo un fracaso, pasando por ella varios camareros, a los que daban la gestión en arrendamiento; todos se estrellaron.

A la vez que un servidor entró en la plantilla de la gasolinera, optó por el alquiler del bar uno de los baristas con más renombre, por entonces, en el pueblo. Era un giboso que había estado durante muchos en años en una taberna de los portales con mucho predicamento y asistencia. Se le conocía por «el Chepa» y por Tarzán, contrahecho, pequeño, con mucho pelo, cerrado de barba y con mucha y proverbial mala leche. Fue coger el negocio y llenarse, a todas horas. Por la mañana temprano los agricultores antes de salir al campo, después lo cafés de los trabajadores de pueblo, los almuerzos, aperitivos, cafés de por la tarde, siempre repleto.

Se casó con una extrajera que ejercía en una de las casas de más prestigio del canal y que era, según contaban, muy mañosa en determinadas artes amatorias, lo que le costó el rechazo familiar y el cachondeo social. Sin amilanarse, tuvo con ella media docena de hijos. A pesar de su minusvalía física era un portento sexual que necesitaba diariamente, además del cariño hogareño, de los servicios de las antiguas compañeras de su esposa, a la que por cierto y sin ánimo de criticar, daba muy mala vida, la humillaba, gritaba y recortaba el dinero.

Debido al éxito con el público, se fue envaneciendo y volviéndose cada vez más soberbio y con peor genio. Si algún cliente, sobre todo de los mañaneros, le pedía un café rápido «que tenía mucha prisa», calentaba el cacillo de la leche hasta que llegaba a la ebullición y como el interfecto, si quería tomarse el recuelo, había de estar un rato soplando y removiendo el líquido, le atizaba a gritos un: «¡Pero leche! Tanta prisa que tenías y todavía no te has tomado el café». Al mismo tiempo se fue abandonado con la limpieza del local y en transcurso de pocos años consiguió perder casi toda la parroquia y lograr que el local fuese una pocilga. A bar le decían «el palacio de las moscas».

Quedó un público residual, fijo e inmune a las enfermedades de transmisión bacteriana. Ahora recuerdo a uno que le decían «el abuelo» que conducía un Chrysler que parecía de hierro y se jugaba todos los días con él a los dados, la tempranera copa de Calisay, ganando siempre el chepa y recitando invariablemente el abuelo tras perder, el que juega con el tabernero, pierde el tiempo y el dinero. Este abuelo era el jefe local de Fuerza Nueva, aunque no sirva este detalle para el desarrollo del relato.

Yo sólo tomaba café solo, me aterrorizaba beber leche de allí, y copas de Terry, muchas. Y como un, creo que humano, Roy Batti, puedo afirmar que en ese local, he visto cosas que vosotros no creerías y que además le pondrían mal cuerpo a cualquiera. Una vez, mientras me tomaba el café y la copa mañanera, frente a mis ojos y por el cable del enchufe de la televisión, descendía una rata, se conoce que funambulista, para disimular bajé la vista al mostrador, encontrándome con la agradable visión de una cucaracha, de las llamadas curianas por la negrura, tan grande como un cenicero. Presa del pánico y el asco, me tome de sendos tragos los líquidos y salí de allí corriendo con la excusa de que esperaba un cliente para repostar.

Una tragedia familiar, el fallecimiento de una hija en accidente de tráfico, hizo que se abandonase aún más, en todos los aspectos. Lo echaron del bar y dejó a la familia, yéndose otra vez con una prostituta extrajera. Con ella arrendó una casa muy famosa y lujosa del canal, comenzando con el proxenitisno como negocio. Según cuentan, del prostíbulo también lo echaron, porque maltrataba a las operarias y no les daba ni de comer.

Hace unos años lo vi en la cafetería Sol. Igual que siempre, pero más sucio, me comentó que se dedicaba a la prostitución, por lo visto clandestina, en un chalet de la carretera de la Alavesa. La fatuidad y el orgullo los mantenía intactos.

www.youtube.com/watch?v=V2Xel_hilTM


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