Abrí el libro de tu cuerpo,
y página a página
hojeando tu abecedario,
y alterando la sintaxis
de nuestros cuerpos,
bajo aquel
marcapáginas
enraizamos
en aquella biblioteca
ya olvidada
en la Alejandría de unos versos,
ese nuestro suspiro
de un incunable
deseo.
Que hasta los poetas más descreídos
llamaron
un día hasta en Roma
(y en nuestra piel
metáfora de hipérboles)
Amor.
Vacaciones de mí mismo: Somos levedad.