Batir de palmas. Me asomo. Testigos de Jehová. Obstinados, persistentes, convencidos si los hay.
-Buenas tardes, ¿te puedo dejar un folleto? -dice una señora con anteojos gruesos.
Estuve tentado de decirle que no hacía falta, que perdía el tiempo, que para mí hacía rato que estábamos solos, que... tantas cosas.
Me extiende el volante. -Vamos a hablar de lealtad, algo que falta en estos días.
La miro y dejo escapar media sonrisa. Pienso en los que ahora abrazan las teorías de mercado, la meritocracia, el sálvese quién pueda cuando antes pregonaban lo contrario. O en quienes se alejan y uno no puede evitar extrañar. Es evidente que la lealtad cotiza en baja.
-Tenés razón -le digo.
Duda de mi respuesta, como si quisiera indagar tras mis palabras.
-Si te interesa, te esperamos, gracias.
Evito mirarla y me enfrasco en el volante. No entendería. O sí.
Se acomoda los anteojos sobre la nariz y bate palmas en la casa de al lado.