Estamos en pleno verano ya, como podemos percibir por como el sol acaricia nuestra piel, dándonos su calor, y su energía. El verano llama a realizar todo tipo de actividades al aire libre, pero no es excluyente con la lectura, aunque su ritmo sea más pausado, y no le dediquemos tanta atención. Es una costumbre que quienes la tienen, nunca dejan del todo, pues la afición a la lectura es un virus incurable, por suerte.
Este verano aprovecharé para leer al aire libre, ya que el tiempo acompaña. Es un placer sin igual sentarte tranquilamente, sintiendo el sol y la brisa, y acompañado de los árboles y las coloridas flores. Aprovecho también que en estos meses de julio y agosto, la biblioteca municipal amplia el plazo de préstamo de libros de 15 días a un mes.
Eso lo sé porque hoy estuve allí, yendo en busca de mi dosis bibliográfica de verano, y sorprendentemente, está vez no me pasé horas y horas buceando entre libros, en esta ocasión fui a por algo concreto, Juan Salvador Gaviota, un libro sobre el que alguien me comentó algo, y suscitó mi curiosidad. De paso, husmeé un poco y también cogí Descalza sobre el trébol, un libro de relatos que me pareció prometedor. Pero todo ello me llevó apenas 15 minutos, como digo, sin írseme el tiempo allí. Quizá sea por el tentador clima de verano, que me llama a estar en la calle el mayor periodo de tiempo posible.
Esos libros que he cogido, procuraré paladearlos lo más reposadamente que pueda, para que no me digan que leo a un ritmo igual que el de Número 5, el robot de la película Cortocircuito. Una vez que haya dado buena cuenta de ellos, releeré alguno de los libros que andan por casa, como Extraviados, de Frederick Tristan, que le tengo ganas porque hace muchísimo que lo leí por vez primera, y se me ha difuminado bastante, aunque recuerdo que era una pintoresca historia, ambientada en los años treinta, con la sombra del peligro nazi acechando.
También le echaré el guante una vez más a Wilt, la conocidisima obra de Tom Sharpe, una divertidisima historia de un profesor que sale de su detestada rutina diaria de una forma un poco abrupta.
Eso es todo, y aún sin dejar de posar la vista en los libros, bajaré un poco el ritmo, que he de reservar material literario, que por suerte tengo preparado, para los meses más frescos. Doy gracias a las ferias del libro por ello, que me facilitado alguna que otra joya que tenían expuesta, y a la que no me pude resistir.
Además de leer, como es natural, aprovecharé la cálida temperatura para dedicarme a otras cosas menos etéreas y más físicas, que requieren más movimiento. No siempre puede uno estar sumergido entre páginas, no?