Revista Literatura
Legado
Publicado el 06 agosto 2012 por HumbertodibLa noche anterior había regresado muy tarde, estaba tan abatido que me tiré sobre el lecho después de que los mozos de cámara me ayudaran a quitarme las piezas más pesadas de la armadura.
Por la mañana, ni bien se enteraron, vinieron a buscarme. Sin siquiera esperar a que me despertara del todo, cuatro de los hombres más fuertes de la aldea me alzaron en volandas y me sacaron a la calle. Allí ya estaba reunida una multitud que comenzó a vitorear mi nombre y a pasarme de mano en mano para arrojarme por los aires. Luego me pasearon por las callejas para que pudieran verme los pobladores que estaban postrados, éstos me saludaban desde las ventanas agitando pañuelos coloridos o lanzándome besos. Ese día se comió, se bebió y se dio rienda suelta a ciertas libertades que, en otras ocasiones, no habrían sido permitidas. De un momento a otro, me había convertido en héroe, pues había matado al monstruo que venía devastando el pueblo desde hacía más de cuarenta años. Me veían reír, sí, pero nadie podía sumergirse en mis secretos: ese monstruo era mi padre… y muy pronto yo tendría que ocupar su lugar.