Por Axel Piskulic, 5 de Septiembre de 2017
Las personas seguras de sí mismas tienen algo característico, inconfundible. Transmiten confianza a través de sus movimientos, de sus actitudes, de su manera de hablar. En general no son atolondradas o nerviosas, sino que lo hacen todo con cierta lentitud, sin perder la calma. Tienen una indefinible elegancia.En una película cualquiera podemos ver que los actores que representan a personajes seguros de sí mismos también repiten estos mismos “patrones”, que todos reconocemos inmediatamente. Valiéndose de este claro y sencillo lenguaje corporal pueden comunicarnos rápidamente que su personaje tiene confianza en sí mismo.
Al Pacino en una escena de la película “Perfume de mujer”.
Los deportistas sobresalientes también muestran esa elegancia. Los mejores nunca se permiten un movimiento torpe. Pareciera que no les basta con ser efectivos, necesitan también ser estéticamente correctos. En la alta competencia nadie puede dar ventajas, y a igualdad de otros talentos, el que aprendió a manejar su cuerpo con ese aplomo, con esa seguridad, tiene una ventaja adicional.También es interesante observar a los animales. Más allá de las lógicas diferencias entre un individuo y otro, cada especie tiene una actitud general muy definida. Al igual que las personas serenas y seguras de sí mismas, ciertos animales se mueven con gracia y lentitud. En un extremo, por ejemplo, podemos ubicar al tigre. Sus movimientos son armoniosos y precisos. Y aunque puede ser veloz como el rayo, normalmente se mueve con una elegante lentitud. Incluso puede permanecer completamente inmóvil durante largo tiempo mientras acecha a una presa. En cambio otros animales, como el conejo, parecieran estar siempre inquietos e inseguros. Son asustadizos, cualquier ruido o movimiento inesperado los hace entrar en pánico. Y dentro de cada especie también puede notarse una diferencia similar entre el animal adulto (en general más tranquilo y sereno) y sus crías (normalmente más inquietas y movedizas). Lógicamente los animales no pueden elegir qué conducta adoptar. La Naturaleza, siempre sabia, le impone a cada especie un cierto patrón de conducta del que poco se puede apartar. Pero nosotros sí podemos optar. Podemos elegir qué actitud adoptar en cada situación. Y siempre nos conviene actuar con seguridad, confianza y calma.Nuestra mente y nuestro cuerpo están estrechamente relacionados. Nuestros movimientos y actitudes corporales influyen sobre nuestras emociones y estados de ánimo. El solo hecho de detenernos por un momento y respirar lenta y profundamente apenas un par de veces, es suficiente para aquietar nuestros pensamientos y serenar nuestra mente.La confianza y la seguridad en uno mismo se manifiestan siempre a través del lenguaje corporal. Y podemos valernos de esta estrecha relación para sentirnos mejor. Sólo tenemos que prestar completa atención a nuestro cuerpo y movernos de una manera segura y armoniosa. Y esa actitud corporal rápidamente modificará nuestro estado de ánimo, hará que nos sintamos bien, seguros de nosotros mismos.Si nunca te habían presentado esta idea, puede parecerte un poco rara. Pero te animo a que la pongas a prueba, a que te tomes unos momentos para experimentar cómo se siente moverse de manera consciente, con gracia y con seguridad. Esa es la actitud que nos hace sentir bien, que nos pone alertas, preparados para actuar o responder de manera creativa, que nos pone de buen humor, que mejora nuestra capacidad de relacionarnos… y que a largo plazo nos convierte en personas felices y exitosas.
Desconectemos el “piloto automático” y despertemos
Mr. Bean no es una persona segura de sí misma… y así lo confirma su lenguaje corporal:
Mr. Bean
Cualquier actividad que involucre nuestro cuerpo y que realicemos de manera consciente, atentos a cada movimiento y sensación, mejora nuestro estado de ánimo. Se trata de movernos con deliberada lentitud y elegancia… claro que sin exagerar, no queremos que nadie lo note, no se trata de hacer el ridículo.Te propongo tres ejercicios muy simples para experimentar cómo se siente actuar de una manera diferente:
- Hacer una pausa y tomar un café resulta agradable. Pero si además lo tomamos con lentitud, saboreando cada sorbo, sintiendo su aroma, su calor… resulta una experiencia mucho más estimulante. Claro que en vez de café puede ser un té o alguna otra bebida. Cualquier experiencia repetida muchas veces se convierte en una actividad rutinaria y se hace más difícil de disfrutar, entonces lo mejor es ir alterando nuestro “ritual” para que capte siempre nuestra atención sin que debamos esforzarnos. Si nos gusta el té, por ejemplo, podemos ir alternando diferentes variedades y sabores. Las oportunidades de tomarlo fuera de casa son ideales porque nos resultará más fácil permanecer “despiertos”, completamente conscientes de cada detalle.
- Un clásico: caminar. Salir a la calle, aunque sólo sea por unos minutos, nos despeja y renueva nuestra energía. Mucho más si experimentamos de manera consciente cada movimiento y sensación corporal. Mejor si alteramos el recorrido, de manera de no repetir siempre la misma rutina. Hasta podemos vestirnos de una manera inusual, sólo para hacer que el paseo sea distinto cada vez.
- Un ejercicio más raro: guardar silencio. No siempre es aconsejable permanecer callado si estamos en casa, con nuestra familia, ya que nuestro silencio puede ser interpretado como una señal de enojo o de tristeza. Pero a mí me dio excelentes resultados hace muchos años, cuando trabajaba en una oficina. Hablar mucho, hablar por demás, siempre es una señal de falta de confianza en uno mismo. Cuando hablamos por hablar, no sólo estamos comunicando cosas irrelevantes, sino que estamos expresando (y reforzando) nuestra propia inseguridad. En cambio, si podemos permanecer en silencio por períodos más o menos largos veremos que ganamos en serenidad y autoconfianza. Incluso es probable que nuestro entorno también cambie para bien, ya que tal vez descubramos que ciertas situaciones desagradables que se repetían a nuestro alrededor (como conflictos, reproches o discusiones) se iniciaban a veces con un comentario nuestro, irrelevante e innecesario.
Más allá de nuestro aspecto físico o de la ropa que elegimos ponernos, cada persona con la que interactuamos detecta quiénes somos realmente a través de una rápida observación de un conjunto de señales que enviamos a través de nuestro cuerpo. Embellecer ese mensaje es un verdadero arte, que siempre podemos perfeccionar. Y como nuestro cuerpo y nuestra mente están estrechamente relacionados, en el mismo proceso de aprender a ser más conscientes de nuestro cuerpo, también comenzamos a despertar a un nuevo nivel de consciencia y de bienestar.Axel Piskulic