Revista Literatura

Lento

Publicado el 27 septiembre 2011 por Netomancia @netomancia
Su función, le habían dicho, era la más importante. Por supuesto, se sentía orgulloso de eso. ¡Cuando le contara a mamá! Porque no era cuestión de haber conseguido un trabajo, porque eso lo podía hacer cualquiera. El suyo, era el más importante según le habían remarcado. Qué diría ahora la vieja, siempre arengando en su contra, diciendo que parecía retrasado, que no podía ser que todos sus hermanos tuvieran trabajo y el no consiguiera nada.
Parado en la esquina, con la brisa primaveral acariciándole las mejillas, se sintió feliz. Miró a la gente ir y venir cruzando la calle. Intentó imaginar por las caras y formas de caminar de cada uno, el trabajo que tendría. Misión nada fácil. Pero igualmente vislumbró un profesor de álgebra, dos amas de casa, una modista, tres albañiles y en duda tuvo a una poeta, dos maestras jardineras, un empleado de comercio, dos obreros metalúrgicos y un violinista. Incluso, hasta podía ser guitarrista, se dijo sobre ese último.
Había muchos que ni siquiera podía arriesgar, porque no transmitían ninguna sensación de ser algo. ¿Y él? ¿Se darían cuenta de qué trabajaría? Miró hacia las otras esquinas cercanas, con la esperanza de encontrar a alguien intentando descifrar el trabajo de los demás. Pero no encontró a nadie. Podía, sin embargo, detener a la gente y preguntarle si podían adivinar de qué trabajaba. Hasta le parecía graciosa la idea.
Al primer en frenar fue a un jubilado. El hombre lo miró con desconfiaza, retrocedió un paso y se alejó sin contestar. ¡Vaya tipo! pensó. Intentó con un par más (una joven muy bonita y una señora con pinta de maestra de primaria, por el exagerado maquillaje) pero no tuvo suerte, reaccionaron como el anciano. Desistió de la idea, sin comprender como la gente no era capaz de contestar algo tan simple. No esperaba que acertaran, pero al menos que arriesgaran.
Además, con el día espléndido, el cielo celeste, el sol cálido y la brisa que parecía un abrazo de la vida, cómo no compartir el buen humor, la alegría de sentirse útil, de haber conseguido al fin un trabajo y no uno cualquiera, sino el más importante.
Miró el reloj. Casi cinco minutos. Los muchachos ya debían estar por volver. Giró su cabeza y en ese preciso momento salían de la entidad bancaria a la que habían ingresado. Estaban apurados por cierto. Parecían que venían corriendo.
- ¡Vamos, vamos, vamos! ¡Al auto Lento, al auto! - le gritó uno de los amigos, mientras todos ingresaban al coche.
- ¡Dale, arrancá Jaime, metele para! - gritaba otro, al tiempo que él se sentaba en la parte de atrás.
- Muchachos - dijo Lento, feliz con su trabajo - Ni un solo policía, ni uno solo. Hasta un músico detecté, pero ningún policía.
- Grande Lento - dijo Jaime - Viste Bondiola que este pibe vale oro. Grande Lento, grande. El tuyo era el laburo más importante de todos.
Y Lento sonrió a sus anchas, mientras el coche se escapaba a toda velocidad por el boulevard.

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