Giacomo Leopardi: Diálogo de la moda y de la muerte
El caso es que me volvía nervudo, despierto, delgado, seco como un tísico. Nunca estaba quieto y me esforzaba y sudaba como una bestia, soñaba mil boberías y no creo que pasase dos días de la misma manera. Finalmente, he conocido la verdad de las cosas y he escogido el mejor partido. Siempre estoy sentado, no movería un dedo por todo el oro de la tierra, no hago nada; pero, por el contrario, pienso a lo largo de todo el día y descubro cien cosas útiles. De todas mis jornadas no hay una que difiera de la precedente. Con ello gozo de una perfectísima salud, engordo cada vez más, aunque sólo me engordan la panza y las piernas. Cierto tipo de gente melancólica me dice que voy a estallar, pero antes de suceder esto ellos morirán o se atravesarán el corazón. Por tanto, lo primero que quiero que hagas es lo que hacen todos los demás. Lo segundo, que debes olvidarte absolutamente de la naturaleza. Veamos ahora si comprendes algo de cuanto te he dicho. En lo que se refiere a tus méritos o defectos, ¿cómo piensas conducirte respecto a los demás?